Una arquitectura refinada y fantasiosa
Desde el punto de vista arquitectónico, el Colegio representa una de las páginas más interesantes de la transición hacia la modernidad que vive la arquitectura española tardogótica, en su versión hispano-lamenca, distinguida por el gusto del refinamiento, un tipo de belleza fantasiosa y preciosista y el entusiasmado descubrimiento de la variedad y la abundancia de la naturaleza. En su construcción está atestiguada la participación de grandes maestros del momento, como Simòn de Colonia o Gil de Siloe.
Con un marcado carácter civil y urbano, es sobre todo la ornamentación desbordante de algunos espacios lo que ha convertido el Colegio en un unicum en su género: la capilla la escalinata, el armonioso claustro y, sobre todo, su célebre portada. Ésta, con su imaginación complicada y caprichosa, se presenta como un tapiz, entre cuyas filigranas se dan cita personajes contemporáneos, santos antiguos, alegorías clásicas, escudo, símbolos del expansionismo americano y el obsesivo emblema del fundador: la flor de lis.
El “genio del lugar”
El interior del edificio ha mantenido en lo esencial su morfología de origen. Se articula en torno a un gran patio cuadrado de dos plantas, verdadero corazón del Colegio, que con sus labores platerescas se cuenta entre los tesoros de la arquitectura española. A las crujías de ambos pisos se abren las estancias que sirvieron de refectorio, biblioteca, sala de mapas, sala capitular, aulas de ejercicios literarios, celdas de los colegiales, etc.
Es en esas dependencias donde ahora se presenta la exposición permanente, en una adaptación museográfica que ha tratado de respetar al máximo las propiedades genuinas del monumento en su hechura, sus materiales, sus rasgos estilísticos y sus detalles más secundarios.
La ubicación de Museo en un edificio histórico brinda al visitante la oportunidad de conocer una tipología arquitectónica muy característica de la España de entonces y apreciar directamente las formas de vida y el ambiente que habitaba la selecta comunidad de colegiales que estudiaban en esta “cárcel dorada”.
Claustros a la intemperie, recintos exiguos, puertas bajas y angostas, recorridos tortuosos o escaleras estrechas limitan, sin duda, la comodidad del visitante e imponen condiciones a la presentación de las obras de arte. Pero pueden entenderse, a cambio, como la ocasión de transitar por el mismo escenario que los jóvenes frailes que terminarían por constituir las elites más influyentes de la vida espiritual y política del siglo XVI.
Exposición permanente
El visitante que es acerque a este Museo debe tener presente que muchas de las obras expuestas fueron concebidas en otra época, para otros recintos y con distinto propósito.
En su mayoría, se idearon como imágenes de devoción, instaladas en iglesias y conventos con un destino litúrgico.
Quienes tenían acceso a ellas, a veces una minoría, las admiraban en medio de la penumbra, a elevadas temperaturas y por tanto distantes.
Casi siempre estaban integradas en conjuntos hoy desmembrados, como retablos o sepulcros, de contemplación sólo frontal. De ahí que, a veces, resulten incompletas, que su dorso esté menos elaborado o que presenten extrañas desproporciones anatómicas, al estar pensadas para verse a distancias inalcanzables.
El Museo modifica aquel uso primitivo de las obras de arte y las confiere una autenticidad nueva y distinta. Su función es salvarlas del olvido y traerlas desde los siglos del pasado a la contemporaneidad. Y, con ello, permitir su contemplación y su estudio, hacerlas más accesibles, ofrecerlas a nuestra mirada, mostrar detalles antes nunca vistos e iluminarlas intencionadamente para que disfrutemos de su belleza, su originalidad artística y su interés histórico.
La disposición de la exposición permanente está estructurada de la siguiente manera: la visita se inicia en la capilla (sala 0), en la que se presenta un excelente conjunto de obras –retablos, sillerías, sepulcros- que evocan el ambiente original de los recintos funerarios del primer Renacimiento español.
A continuación, una vez cruzado el Patio de los Estudios, se inicia el itinerario histórico nuclear, en las salas 1 a 20, en ambas plantas del edificio y siempre en torno al patio principal. Sin apartarse de ese orden temporal, que comprende básicamente desde el siglo XV hasta el siglo XVIII, algunas salas de este recorrido se dedican a temas determinados o ciclos iconográficos (salas 2, 12, 19).
Paralelamente a este discurso troncal, y ocupando un gran ángulo de patio en la planta baja, tres ámbitos temáticos exponen de manera monográfica aspectos particulares de la colección u ofrecen visiones complementarias de los fondos artísticos y del propio Museo. Son el grupo de salas dedicado a la Memoria del Museo, la sala de Pasos Procesionales y, por último, el conjunto consagrado a las relaciones entre Arte y vida privada.
-Museo Nacional Colegio de San Gregorio (Parte 1)
Desde el punto de vista arquitectónico, el Colegio representa una de las páginas más interesantes de la transición hacia la modernidad que vive la arquitectura española tardogótica, en su versión hispano-lamenca, distinguida por el gusto del refinamiento, un tipo de belleza fantasiosa y preciosista y el entusiasmado descubrimiento de la variedad y la abundancia de la naturaleza. En su construcción está atestiguada la participación de grandes maestros del momento, como Simòn de Colonia o Gil de Siloe.
Con un marcado carácter civil y urbano, es sobre todo la ornamentación desbordante de algunos espacios lo que ha convertido el Colegio en un unicum en su género: la capilla la escalinata, el armonioso claustro y, sobre todo, su célebre portada. Ésta, con su imaginación complicada y caprichosa, se presenta como un tapiz, entre cuyas filigranas se dan cita personajes contemporáneos, santos antiguos, alegorías clásicas, escudo, símbolos del expansionismo americano y el obsesivo emblema del fundador: la flor de lis.
El “genio del lugar”
El interior del edificio ha mantenido en lo esencial su morfología de origen. Se articula en torno a un gran patio cuadrado de dos plantas, verdadero corazón del Colegio, que con sus labores platerescas se cuenta entre los tesoros de la arquitectura española. A las crujías de ambos pisos se abren las estancias que sirvieron de refectorio, biblioteca, sala de mapas, sala capitular, aulas de ejercicios literarios, celdas de los colegiales, etc.
Es en esas dependencias donde ahora se presenta la exposición permanente, en una adaptación museográfica que ha tratado de respetar al máximo las propiedades genuinas del monumento en su hechura, sus materiales, sus rasgos estilísticos y sus detalles más secundarios.
La ubicación de Museo en un edificio histórico brinda al visitante la oportunidad de conocer una tipología arquitectónica muy característica de la España de entonces y apreciar directamente las formas de vida y el ambiente que habitaba la selecta comunidad de colegiales que estudiaban en esta “cárcel dorada”.
Claustros a la intemperie, recintos exiguos, puertas bajas y angostas, recorridos tortuosos o escaleras estrechas limitan, sin duda, la comodidad del visitante e imponen condiciones a la presentación de las obras de arte. Pero pueden entenderse, a cambio, como la ocasión de transitar por el mismo escenario que los jóvenes frailes que terminarían por constituir las elites más influyentes de la vida espiritual y política del siglo XVI.
Exposición permanente
El visitante que es acerque a este Museo debe tener presente que muchas de las obras expuestas fueron concebidas en otra época, para otros recintos y con distinto propósito.
En su mayoría, se idearon como imágenes de devoción, instaladas en iglesias y conventos con un destino litúrgico.
Quienes tenían acceso a ellas, a veces una minoría, las admiraban en medio de la penumbra, a elevadas temperaturas y por tanto distantes.
Casi siempre estaban integradas en conjuntos hoy desmembrados, como retablos o sepulcros, de contemplación sólo frontal. De ahí que, a veces, resulten incompletas, que su dorso esté menos elaborado o que presenten extrañas desproporciones anatómicas, al estar pensadas para verse a distancias inalcanzables.
El Museo modifica aquel uso primitivo de las obras de arte y las confiere una autenticidad nueva y distinta. Su función es salvarlas del olvido y traerlas desde los siglos del pasado a la contemporaneidad. Y, con ello, permitir su contemplación y su estudio, hacerlas más accesibles, ofrecerlas a nuestra mirada, mostrar detalles antes nunca vistos e iluminarlas intencionadamente para que disfrutemos de su belleza, su originalidad artística y su interés histórico.
La disposición de la exposición permanente está estructurada de la siguiente manera: la visita se inicia en la capilla (sala 0), en la que se presenta un excelente conjunto de obras –retablos, sillerías, sepulcros- que evocan el ambiente original de los recintos funerarios del primer Renacimiento español.
A continuación, una vez cruzado el Patio de los Estudios, se inicia el itinerario histórico nuclear, en las salas 1 a 20, en ambas plantas del edificio y siempre en torno al patio principal. Sin apartarse de ese orden temporal, que comprende básicamente desde el siglo XV hasta el siglo XVIII, algunas salas de este recorrido se dedican a temas determinados o ciclos iconográficos (salas 2, 12, 19).
Paralelamente a este discurso troncal, y ocupando un gran ángulo de patio en la planta baja, tres ámbitos temáticos exponen de manera monográfica aspectos particulares de la colección u ofrecen visiones complementarias de los fondos artísticos y del propio Museo. Son el grupo de salas dedicado a la Memoria del Museo, la sala de Pasos Procesionales y, por último, el conjunto consagrado a las relaciones entre Arte y vida privada.
-Museo Nacional Colegio de San Gregorio (Parte 1)
Guía en PDF del Museo San Gregorio
-Fuente: MINISTERIO DE CULTURA
Copyright: Editado por la Secretaría General Técnica. Subdirección General de Publicaciones, Información y Documentación.
Copyright de los Textos: sus autores
ISBN: 978-84-8181-421-7
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