El mercadillo de Fuente Dorada


Por José Delfín Val
Todos los domingos y festivos, supongo que bien de mañana, se instalan en los soportales de la plaza de Fuente Dorada una serie de tenderetes que forman un curioso mercadillo. Con frecuencia doy una vuelta, por si encuentro algún libro interesante. A veces he tenido suerte y salta, como trucha en río tranquilo, librito. Por ejemplo, los Apuntes Literarios de Whasington Irving, el autor de los Cuentos de la Alhambra, su libro más famoso; o una edición ilustrada por Eduardo Vicente de la Vida del Capitán Alonso de Contreras, pícaro y rufián del siglo XVII, auténtico Alatriste, contada por él mismo, según un manuscrito que se encuentra en la Biblioteca Nacional y del que escribió Ortega y Gasset un bonito ensayo. Los que amamos los libros los amamos incluso si traen heridas de guerra o cubiertas arrancadas.


Ese mercadillo está formado por una serie de puestos de venta de muy diversa mercancía en torno a los sellos, las postales, los libros, los tebeos, las monedas, los llaveros del Che, de Franco o de José Antonio, los soldados de plomo, los dedales de coleccionista, las fotos en color de artistas descalzas hasta la cabeza, los “deuvedes” excedentes de cupo y los trastos viejos de pequeño tamaño que estuvieron en manos de otros y a otros sirvieron. En fin, una variedad de cosas que buscan un segundo o tercer comprador y que se resisten a morir.
Estos soportales de la plaza de Fuente Dorada en los que se monta el mercadillo eran antiguamente los llamados soportales de guarnicioneros y de mercaderes. Hoy esta última denominación parece más ajustada a la realidad, al menos los domingos y fiestas de guardar. La verdad es que los mercaderes tienen mala imagen desde que Jesús de Nazaret los expulsó del templo. Quizá por eso hemos dado por muerta la palabra y la hemos sustituido por comerciantes.


Los otros soportales de la plaza, los de enfrente, se llamaban antiguamente soportales de lorigueros porque ahí se instalaban los vendedores de lorigas, esto es, la parte de la armadura que cubría el pecho. También hubo unos soportales llamados “de lanceros” y “de espaderos”. Así pues el lado de enfrente de nuestros animosos comerciantes de los días festivos era el lado de los mercaderes del hierro y de las armas; hoy podríamos decir que ellos ocupan los soportales de los cambistas, por no decir banqueros.
Este mercadillo de Fuente Dorada es visitado por coleccionistas meticulosos que buscan novedades de sellos, monedas, estampas, tarjetas postales de viejo Valladolid y relojes. Los que cambian o venden relojes y no tienen puesto se reúnen en corrillos de amigos. Ni que decir tiene que los diferentes puestos se instalen cada mañana en el mismo lugar de domingo anterior y se respetan los espacios. Cuando alguno está enfermo y falta a la cita, se le respeta el sitio. El espacio dejado por uno que lo dejó por jubilación ha tardado tiempo en cubrirse. Para ellos esto no es trabajo, es satisfacción.


Son muy apañados los precios de algunos tebeos que forman parte de nuestra propia historia. Es fácil encontrar algunos ejemplares primigenios de Flechas y Pelayos, el primer tebeo infantil masculino español, nacido en 1938 por sugerencia, según cuentan, de fray Justo Pérez de Urbel; el TBO, Pulgarcito, Jaimito y aquellos de El Guerrero del Antifaz que creó el dibujante vallisoletano Manuel Gago en 1944, quien después de triunfar con el invencible personaje que empezó a dibujar a sus dieciocho años, continuó haciendo para Editorial Valenciana El Pequeño Luchador y La Pandilla de los siete.


Algunas de estas colecciones han sido reeditadas con éxito de ventas. Ahora se les llama “cómics”, porque los tiempos son otros y mandan llamar “comic” a lo que nosotros llamábamos tebeos. Fueron, no puedo decir que nuestras principales lecturas, pero sí afirmo que fueron nuestras segundas y necesarias lecturas. Las primeras lecturas fueron las obligadas de la escuela y el colegio y éstas de los tebeos fueron las primeras voluntarias, necesarias antes de llegar el libro.

Hacia 1908 todavía podían contemplarse escenas como la de esta foto en la que un zapatero prepara
unos cueros para echar suelas en los portales de la Fuente Dorada. Más allá la Plaza del Ochavo y al
fondo el Corrillo. Lejanas quedaban las Ordenanzas en que se especificaba como debían
trabajar los cofrades de San Crispín y qué penas tenía no hacerlo (Colección Fernández del Hoyo).

Aquí en el mercadillo de los domingos de Fuente Dorada se puede encontrar uno con la horma de su zapato. Y si no lo es, al menos encontrará un par de hormas que agranden unos milímetros unos zapatos recién comprados que mancan al andar.

Fuente: Historias Notorias de Valladolid (José Delfín Val)

Comentarios

narciso sancho ha dicho que…
una pregunta: hay que pagar por vender en fuante dorada