Por Jesús Urrea Fernández
A la muerte del alcalde Miguel Íscar se decidió perpetuar la memoria de su excelente gestión municipal construyendo una fuente monumental que se acordó situar en una plazoleta abierta en mitad de los jardines.
Para su realización se convocó un concurso que ganó el arquitecto Antonio Iturralde proyectando la taza, un pilón externo y el pedestal o columna sobre la que se situaría una figura femenina alada dispuesta a hacer sonar una trompeta, alegoría de la Fama, cuyo autor, el escultor local Mariano Chicote, modeló en 1883 fundiéndose seguidamente.
Primero pintada y después dorada “para que en sus líneas suaves y gráciles se quiebre la luz del sol, dando mayores esplendores a la figura”, el agua que expulsa por su trompeta es como el clamor de la perdurable fama del alcalde. Acusa de forma evidente, por sus líneas abiertas y su fuerza, el gusto románico aunque su anatomía carece de gracia.
En ningún instante se quiso que este primer monumento, erigido en el Campo Grande como ejemplo de lo que podrían conseguir otros munícipes por su íntegro gobierno en beneficio de la ciudad y de sus conciudadanos, tuviese el signo adulatorio de la representación fidedigna de la figura homenajeada.
Todo un paradigmático modelo que no pretendía individualizar el rostro del regidor sino el prestigio ganado por su abnegada dedicación al servicio público. Curiosamente el mensaje no fue bien entendido por todos porque el escultor José González Jiménez tuvo en 1884 la iniciativa de modelar en yeso un busto del alcalde difunto ofreciéndolo al Ayuntamiento para que lo colocase en los jardines del Campo Grande, pero la propuesta no prosperó y la idea fue abandonada.
-Fuente: El Campo Grande. Un espacio para todos. ISBN: 978-84-936875Para su realización se convocó un concurso que ganó el arquitecto Antonio Iturralde proyectando la taza, un pilón externo y el pedestal o columna sobre la que se situaría una figura femenina alada dispuesta a hacer sonar una trompeta, alegoría de la Fama, cuyo autor, el escultor local Mariano Chicote, modeló en 1883 fundiéndose seguidamente.
Primero pintada y después dorada “para que en sus líneas suaves y gráciles se quiebre la luz del sol, dando mayores esplendores a la figura”, el agua que expulsa por su trompeta es como el clamor de la perdurable fama del alcalde. Acusa de forma evidente, por sus líneas abiertas y su fuerza, el gusto románico aunque su anatomía carece de gracia.
En ningún instante se quiso que este primer monumento, erigido en el Campo Grande como ejemplo de lo que podrían conseguir otros munícipes por su íntegro gobierno en beneficio de la ciudad y de sus conciudadanos, tuviese el signo adulatorio de la representación fidedigna de la figura homenajeada.
Todo un paradigmático modelo que no pretendía individualizar el rostro del regidor sino el prestigio ganado por su abnegada dedicación al servicio público. Curiosamente el mensaje no fue bien entendido por todos porque el escultor José González Jiménez tuvo en 1884 la iniciativa de modelar en yeso un busto del alcalde difunto ofreciéndolo al Ayuntamiento para que lo colocase en los jardines del Campo Grande, pero la propuesta no prosperó y la idea fue abandonada.
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