Don Enrique Cubero Román nace en Villafrechós de Campos, provincia de Valladolid, el 6 de Abril de 1924.
Su ascendencia es confitera a la antigua usanza, en la que se trabaja el chocolate y la cera. Sus abuelos obtuvieron numerosos premios, siendo el más importante el concedido por S.M. la Reina Doña María Cristina de Austria en el año 1902, nombrándoles Proveedores de la Casa Real, así como el uso del Escudo de Armas (salvoconducto para entrar a palacio sin necesidad de pedir audiencia).
La infancia de Don Enrique transcurre dentro de la normalidad de un pueblo, y la humildad de un colegio nacional. Debido a la Guerra Civil la situación económica se agrava en todos los pueblos de Tierra de Campos.
En 1938 su familia se traslada a Valladolid, donde él comienza, con catorce años, tanto por tradición como por vocación, de aprendiz de confitería en el “Buen Gusto”, de la calle Mantería, regentada por Don Pablo Espartero, maestro que le enseñó las líneas fundamentales de la profesión.
Desde su infancia siente gran pasión por el arte, sobre todo, en la modalidad de dibujo, que trata de perfeccionar ampliando conocimientos después del trabajo en la Escuela de Artes y Oficios donde obtiene varios premios de dibujo, modelado y talla. Su gran vocación le hace documentarse a conciencia hasta el extremo de considerarse un auténtico autodidacta.
Su mayor aspiración es independizarse y establecerse por su cuenta, por lo que trabaja duramente alternando su trabajo en la confitería con campañas en las ferias, donde elabora sus productos a la vista del público.
En 1957 logra establecerse en un local muy pequeñito, acondicionado por él mismo, en la calle Conde Ansúrez, donde, con mucha ilusión y unos medios muy modestos, él en el obrador y su esposa Anselma en la tienda, consiguen atraer poco a poco una clientela que cada vez fue en aumento.
Es en 1960 cuando adquiere la confitería donde empezó su aprendizaje y a partir de aquí logra hacer ampliaciones constantes tanto de nuevos puntos de venta como de plantilla de trabajadores. Los cambios en el obrador fueron varios en su afán de buscar siempre la comodidad, la seguridad y la higiene en el trabajo.
Es en 1980 cuando abre las puertas de un nuevo establecimiento, más de mil metros cuadrados en pleno centro de la ciudad, dotado de las más modernas instalaciones de confitería, salón de te y un obrador, con la peculiaridad de trabajar a la vista del público a través de un gran mirador. Todo un reto, que marcó un hito en la historia de la confitería.
Por la gran responsabilidad de consolidar su empresa, no puede dedicarse a una de sus grandes pasiones, el arte; así que, una vez afianzado su negocio, empieza a aplicar éste en la confitería, presentándose a numerosos certámenes nacionales e internacionales y, allí donde va con sus obras, levanta la admiración de todos, lo que se traduce en una constante el tratar de superar con la siguiente obra a la anterior realizada. Toda su trayectoria profesional redunda en una serie de premios y homenajes tanto a nivel local, como nacional e internacional.
Uno de los más entrañables premios fue el que recibió en Tokio porque, mientras sonaba el Himno Nacional, se sintió muy orgulloso de ser español y dejar el pabellón de su país en el lugar más alto.
Recordaba también con mucho cariño el homenaje que le dedicaron conjuntamente el Ayuntamiento, la Diputación y la Junta de Castilla y León, por su labor de difusión de la ciudad de Valladolid y porque supuso un reconocimiento a toda su trayectoria profesional, de trabajo y esfuerzo.
Se le concedió la Medalla de Oro de la C.E.E.A.P., que es la máxima condecoración que otorga esta institución (Confederación Española de Empresarios Artesanos de Pastelería).
Está en posesión de la Insignia de Oro y Brillantes de la Asociación Provincial de Empresarios de Confitería de Valladolid.
El sueño de crear un museo para que sus obras perdurasen en el tiempo se hizo realidad el 27 de Octubre de 1994.
Con la inauguración de su museo, Cubero dio un paso más: consiguió entrar en el Libro Guiness de los Records en el año 1996 y fue un eslabón más en su cadena de éxitos porque se reconoció que su proyecto fue innovador y único; era la primera vez que alguien creaba un museo de monumentos de azúcar.
Su museo es un aliciente más para los visitantes que se acercan a Valladolid, pues en una misma sala pueden observar con detalle los monumentos más representativos, a escala, de esta ciudad.
Consideró un honor que la Cofradía Penitencial de la Sagrada Cena pensara en él para la exaltación de la Eucaristía en el tercer día de un solemne Triduo celebrado en la Catedral de Valladolid, el 4 de junio de 1994.
“Mi trabajo, como tú bien sabes, es muy dulce pero material, temporal, terrenal y por consiguiente efímero…” Así comenzó su discurso y así habló de tú a tú con Dios. Este acto fue considerado por él como una de las cosas más importantes que realizó en su vida.
Lamentablemente, sus ansias de vivir quedaron truncadas un 11 de Agosto de 1997 en la ciudad de Castellón, cuando se encontraba de vacaciones rodeado de toda su familia.
La ciudad de Valladolid le despidió con el calor y respeto que él se merecía y en su establecimiento de la calle de La Pasión se acumularon cientos de telegramas y cartas de familiares, admiradores y amigos de todas partes del mundo.
En el aire quedaba todavía su último proyecto, la portada de la Catedral de León (su obra inacabada); numerosas fotos y piezas esperan en su mesa de trabajo… Tal vez algún día, Quique, tu hijo, la termine por ti.
Cubero ha pasado a los anales de la historia de Valladolid por su dulce patrimonio artístico y porque su nombre preside desde el 25 de mayo de 1998 una de las calles de la ciudad.
La obras de arte “CUBERO” llevan un proceso de trabajo muy laborioso, determinado por el material elegido.
El chocolate es agradecido de trabajar pero requiere cierta temperatura de conservación y tiene mala vejez
El mazapán se modela bien pero al llevar frutos secos se apolilla y se enrancia.
El caramelo es dócil al tacto pero se reviene con la humedad.
Al final, “Cubero” se decantó por el pastillaje para la realización de sus obras. Es un material mucho más difícil de trabajar pero más duradero.
El pastillaje es una aleación de azúcar tamizado, clara de huevo, gelatina y glucosa.
A pesar de encontrar el material adecuado, no quiso embarcarse en realizar grandes obras sin antes observar que el azúcar no era totalmente inalterable, a pesar de su resistencia, pues se deterioraba con el humo y la polución del ambiente; problema resuelto al proteger todas sus obras en vitrinas de cristal, donde la conservación y el grado de humedad es idóneo.
Para realizar sus obras se sirve de planos originales, hace dibujos a escala y comienza a levantar paredes y ornamentos; se ayuda de numerosas fotos de tomas generales y parciales a base de teleobjetivos para no perder detalle.
En sus primeros trabajos dejó el color del azúcar en toda la obra, excepto en las puertas, las cuales teñía con cacao como si fueran de madera. Muchas horas de trabajo permitieron a “Cubero” mejorar sus obras.
Presentó la fachada de la Universidad en Valencia y marcó un hito a nivel nacional. Era la primera vez en la historia de la confitería que se conseguía imitar la piedra.
Sus imitaciones son tan perfectas que, incluso en un homenaje de la ciudad de Valladolid a Don Miguel Delibes, “Cubero” presentó una tarta con una perdiz roja reproducida en azúcar, que la misma prensa confundió con una perdiz disecada, lo que demuestra hasta qué punto logró dominar el difícil arte del pastillaje.
La infancia de Don Enrique transcurre dentro de la normalidad de un pueblo, y la humildad de un colegio nacional. Debido a la Guerra Civil la situación económica se agrava en todos los pueblos de Tierra de Campos.
En 1938 su familia se traslada a Valladolid, donde él comienza, con catorce años, tanto por tradición como por vocación, de aprendiz de confitería en el “Buen Gusto”, de la calle Mantería, regentada por Don Pablo Espartero, maestro que le enseñó las líneas fundamentales de la profesión.
Desde su infancia siente gran pasión por el arte, sobre todo, en la modalidad de dibujo, que trata de perfeccionar ampliando conocimientos después del trabajo en la Escuela de Artes y Oficios donde obtiene varios premios de dibujo, modelado y talla. Su gran vocación le hace documentarse a conciencia hasta el extremo de considerarse un auténtico autodidacta.
Su mayor aspiración es independizarse y establecerse por su cuenta, por lo que trabaja duramente alternando su trabajo en la confitería con campañas en las ferias, donde elabora sus productos a la vista del público.
En 1957 logra establecerse en un local muy pequeñito, acondicionado por él mismo, en la calle Conde Ansúrez, donde, con mucha ilusión y unos medios muy modestos, él en el obrador y su esposa Anselma en la tienda, consiguen atraer poco a poco una clientela que cada vez fue en aumento.
Es en 1960 cuando adquiere la confitería donde empezó su aprendizaje y a partir de aquí logra hacer ampliaciones constantes tanto de nuevos puntos de venta como de plantilla de trabajadores. Los cambios en el obrador fueron varios en su afán de buscar siempre la comodidad, la seguridad y la higiene en el trabajo.
Es en 1980 cuando abre las puertas de un nuevo establecimiento, más de mil metros cuadrados en pleno centro de la ciudad, dotado de las más modernas instalaciones de confitería, salón de te y un obrador, con la peculiaridad de trabajar a la vista del público a través de un gran mirador. Todo un reto, que marcó un hito en la historia de la confitería.
Por la gran responsabilidad de consolidar su empresa, no puede dedicarse a una de sus grandes pasiones, el arte; así que, una vez afianzado su negocio, empieza a aplicar éste en la confitería, presentándose a numerosos certámenes nacionales e internacionales y, allí donde va con sus obras, levanta la admiración de todos, lo que se traduce en una constante el tratar de superar con la siguiente obra a la anterior realizada. Toda su trayectoria profesional redunda en una serie de premios y homenajes tanto a nivel local, como nacional e internacional.
Uno de los más entrañables premios fue el que recibió en Tokio porque, mientras sonaba el Himno Nacional, se sintió muy orgulloso de ser español y dejar el pabellón de su país en el lugar más alto.
Recordaba también con mucho cariño el homenaje que le dedicaron conjuntamente el Ayuntamiento, la Diputación y la Junta de Castilla y León, por su labor de difusión de la ciudad de Valladolid y porque supuso un reconocimiento a toda su trayectoria profesional, de trabajo y esfuerzo.
Se le concedió la Medalla de Oro de la C.E.E.A.P., que es la máxima condecoración que otorga esta institución (Confederación Española de Empresarios Artesanos de Pastelería).
Está en posesión de la Insignia de Oro y Brillantes de la Asociación Provincial de Empresarios de Confitería de Valladolid.
El sueño de crear un museo para que sus obras perdurasen en el tiempo se hizo realidad el 27 de Octubre de 1994.
Con la inauguración de su museo, Cubero dio un paso más: consiguió entrar en el Libro Guiness de los Records en el año 1996 y fue un eslabón más en su cadena de éxitos porque se reconoció que su proyecto fue innovador y único; era la primera vez que alguien creaba un museo de monumentos de azúcar.
Su museo es un aliciente más para los visitantes que se acercan a Valladolid, pues en una misma sala pueden observar con detalle los monumentos más representativos, a escala, de esta ciudad.
Consideró un honor que la Cofradía Penitencial de la Sagrada Cena pensara en él para la exaltación de la Eucaristía en el tercer día de un solemne Triduo celebrado en la Catedral de Valladolid, el 4 de junio de 1994.
“Mi trabajo, como tú bien sabes, es muy dulce pero material, temporal, terrenal y por consiguiente efímero…” Así comenzó su discurso y así habló de tú a tú con Dios. Este acto fue considerado por él como una de las cosas más importantes que realizó en su vida.
Lamentablemente, sus ansias de vivir quedaron truncadas un 11 de Agosto de 1997 en la ciudad de Castellón, cuando se encontraba de vacaciones rodeado de toda su familia.
La ciudad de Valladolid le despidió con el calor y respeto que él se merecía y en su establecimiento de la calle de La Pasión se acumularon cientos de telegramas y cartas de familiares, admiradores y amigos de todas partes del mundo.
En el aire quedaba todavía su último proyecto, la portada de la Catedral de León (su obra inacabada); numerosas fotos y piezas esperan en su mesa de trabajo… Tal vez algún día, Quique, tu hijo, la termine por ti.
Cubero ha pasado a los anales de la historia de Valladolid por su dulce patrimonio artístico y porque su nombre preside desde el 25 de mayo de 1998 una de las calles de la ciudad.
La obras de arte “CUBERO” llevan un proceso de trabajo muy laborioso, determinado por el material elegido.
El chocolate es agradecido de trabajar pero requiere cierta temperatura de conservación y tiene mala vejez
El mazapán se modela bien pero al llevar frutos secos se apolilla y se enrancia.
El caramelo es dócil al tacto pero se reviene con la humedad.
Al final, “Cubero” se decantó por el pastillaje para la realización de sus obras. Es un material mucho más difícil de trabajar pero más duradero.
El pastillaje es una aleación de azúcar tamizado, clara de huevo, gelatina y glucosa.
A pesar de encontrar el material adecuado, no quiso embarcarse en realizar grandes obras sin antes observar que el azúcar no era totalmente inalterable, a pesar de su resistencia, pues se deterioraba con el humo y la polución del ambiente; problema resuelto al proteger todas sus obras en vitrinas de cristal, donde la conservación y el grado de humedad es idóneo.
Para realizar sus obras se sirve de planos originales, hace dibujos a escala y comienza a levantar paredes y ornamentos; se ayuda de numerosas fotos de tomas generales y parciales a base de teleobjetivos para no perder detalle.
En sus primeros trabajos dejó el color del azúcar en toda la obra, excepto en las puertas, las cuales teñía con cacao como si fueran de madera. Muchas horas de trabajo permitieron a “Cubero” mejorar sus obras.
Presentó la fachada de la Universidad en Valencia y marcó un hito a nivel nacional. Era la primera vez en la historia de la confitería que se conseguía imitar la piedra.
Sus imitaciones son tan perfectas que, incluso en un homenaje de la ciudad de Valladolid a Don Miguel Delibes, “Cubero” presentó una tarta con una perdiz roja reproducida en azúcar, que la misma prensa confundió con una perdiz disecada, lo que demuestra hasta qué punto logró dominar el difícil arte del pastillaje.
Este Museo del Dulce, galardonado y pionero en Valladolid, cerró sus puertas al público el 31 de mayo de 2023.
"En principio en Museo va a quedar para la familia. No tenemos ningún proyecto por ahí, a no ser de que nos convenzan, el museo quedará solo para la familia", anuncia Enrique sobre el futuro de este proyecto.
Comentarios
Hay personas que hacen quedar muy bien a su país, y de esas personas los paices se hacen grandes….
Que obras de arte y que ricos deben ser.
Un abrazo de oso.
Tengo que apuntar que hay una equivocación en la entrada: Cubero no era de Villafrechós de Campos, sino de Villafrachós (a secas).
Cubero hizo famoso a su pueblo. Siguió con la tradición familiar de elaborar almendras garrapiñadas y las dió a conocer en la ciudad. De ahí que se hable de las "almendras garrapiñadas de Villafrechós". Esto mismo rezan los carteles rojos que se ven en los escaparates de las pastelerías de Cubero en Valladolid.
Para el que no lo sepa, la buena almendra garrapiñada sólo lleva como ingradientes almendra y azúcar. A partir de ahí un poco de agua y mucha maña en el fuego. Algunas personas las añaden un chorrín de vinagre al final pero, en realidad, no es imprescindible. Además, no he conseguido averiguar si es para darlas brillo o para su conservación...
Siempre me paro en sus escaparates para mirar sus dulces (y a veces para comprarlos). Una de las cosas que llevo siempre a ver a la gente que no es de Valladolid es la catedral que tienen en el escaparate de la tienda cerca de la plaza mayor y a la gente se le pone una cara de ilusión y sorpresa... bueno, supongo que la misma que se me puso a mí cuando lo vi por primera vez!
Eso sí, no sabía que había un museo, sin duda, la próxima vez que vaya a Valladolid, iré a verlo.