La acera de San Francisco era, a principios del siglo XX, cuando en la Plaza Mayor se instalaron los primeros templetes, la arteria principal de Valladolid, una especie de aorta por la que discurría el pulso lento y apacible de la ciudad. Nobles y plebeyos, señores y criados, comerciantes y empleados, militares y paisanos, paletos y carteristas, opulentos con bombín y desarrapados con boina iban y venían casi siempre sin rumbo fijo, solo con la pretensión de formar parte del retablo cotidiano de la que en tiempos fue Corte de España.
En la Acera pasaban las cosas importantes, o se hacían tertulias sobre lo que había pasado e otros lugares, como en los casinos, en los cuarteles, en las iglesias o en los barrios. Durante muchos años, el del Norte fue el único café establecido en esta zona porque aunque sus dueños, José Gómez y Juana Sigler, oriundos del Valle del Pas, se establecieron en la calle Santiago, no tardaron en darse cuenta de que el negocio estaba apenas a cincuenta metros y compraron la casa que les permitió abrir también por la Acera, con vistas a la Plaza Mayor.
De doce a dos los festivos y de ocho a diez los días de diario, los pollos pera y las mocitas en edad de merecer establecían un código de miradas y sonrisas con la pretensión de burlar la férrea vigilancia de las carabinas que, ya entradas en años, preferían pagar los 20 céntimos que costaban las sillas distribuidas a lo largo de la Acera y seguir a distancia los inocentes devaneos de las niñas de la casa.
Impresionante aspecto de la Acera de San Francisco a la hora del paseo de cualquier día festivo que, a juzgar por los coches aparcados a la derecha, debe corresponder a los felices años veinte. También para los vecinos, el ir y venir de la muchedumbre, constituía todo un espectáculo / A.M.V.A |
Personajes más cercanos y humildes, pero también enormemente populares en al escena cotidiana de la Acera, fueron los limpiabotas que nacieron como gremio cuando nadie usaba zapatos, sino botas o botines, de ahí su nombre. El limpia era un cotilla simpático y adulador, además de un verdadero artista con el cepillo.
-Fuente: El Templete de la Música - Jose Miguel Ortega Bariego.
ISBN: 978-84-96864-13-9
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