Eran aproximadamente las 12 de la mañana de un caluroso 3 de agosto de 1896. En la casa contigua a la del rico labrador Luis Bayón una mujer calentando agua para bañarse, encendió leña en un lugar contiguo a una manojera que con la contribución del fuerte viento de ese día se extendió sin control.
Siguiendo la dirección del viento sur y en una extensión de un kilómetro de largo y de cuatrocientos metros de ancho, afectó a la zona obrera emplazada en el cerro Calvario, desde cuya cima el panorama era aterrador.
La inutilización de algunas de las bombas enviadas a lugar de la catástrofe hicieron más complicadas las tareas de extinción.
Las noticias contaban horrores. La localidad era presa de un gran pánico. Ancianos, niños y mujeres llorando y gritando por las calles. Era imposible respirar a causa de la densidad del humo y el calor.
Muchas familias se quedaron en la calle. El incendio se cebó en el ala izquierda de la calle Real.
Aterradas, familias enteras lloraban ante las ruinas de sus casas. Dentro de los corrales se veían infinitos animales muertos y despojos de los ajuares de las casas.
Vecinos de Casasola de Arión vienen a socorrer alarmados por la espesa columna de humo. Muchos de los vecinos de la localidad que se encuentran fuera trabajando las tierras no se enteran de la tragedia hasta regresar a sus hogares.
El balance final del dramático incendio ascendió finalmente a unas pérdidas de aproximádamente un millón de pesetas, no teniendo que lamentar la pérdida de ninguna vida, aunque sí numerosos heridos.
Tras este suceso se construyó el llamado Barrio Nuevo.
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