La Leyenda del Cristo de la Cepa


Allá por el tiempo en que los judíos invadieron España, vivía en la imperial ciudad de Toledo uno tan aferrado a su ley y por ende enemigo acérrimo del cristianismo, que haciendo alarde de sus creencias y mofa constante de los cristianos, no encontraba otra satisfacción ni gusto mayores, que burlarse de las doctrinas enseñadas por éstos y muy principalmente de la que Jesucristo es el verdadero Mesías prometido, clavado en la cruz.
Absorto se hallaba cierto día en tales ideas mientras podaba una de las hermosas viñas de sus extensas posesiones, cuando de improviso le llamó la atención un objeto extraño que apareció sobre una cepa: se acercó lleno de curiosidad y vió sorprendido que era un Crucifijo.
Obrando entonces la gracia de Dios en su alma, cayó de rodillas anonadado, tomó en sus manos la efigie bendita, besóla con humildad profunda, inundóla de lágrimas y reconociendo sus errores, convirtiose y pronto recibió el bautismo, administrándole este Santo Sacramento el Reverendísimo señor Cardenal Arzobispo de Toledo, Don Sancho de Rojas.
Fundado en Valladolid el memorable monasterio de San Benito el Real, dicho prelado, entrególes el milagro Crucifijo, que se llamó desde entonces el Santísimo Cristo de la Cepa.


En la suntuosa iglesia del famoso convento recibió culto ferviente, constando que el día 5 de diciembre del año 1739, a causa de la horrorosa inundación que experimentó la ciudad, los religiosos sacaron el Santísimo Cristo de la Cepa a la puerta del templo; que el día 25 de mayo de 1753, con motivo de una pertinaz sequía destructora de nuestras cosechas, "sacaron por la tarde al portentoso milagro del Santo Cristo de la Cepa; que "a principios del mes de junio del año 1764, se celebró en la citada iglesia de San Benito, solemne novena de rogativa al Santísimo Cristo de la Cepa por falta de agua (1).
De la iglesia de San Benito, se le trasladó el año 1835 a la Santa Iglesia Catedral (2), donde actualmente se conserva, concretamente en el Museo Diocesano y Catedralicio, constituyendo tan apreciable Crucifijo uno de los tesoros más ricos de la religiosa piead del pueblo vallisoletano.
Este Santo Crucifijo es como de unos veinte centímetros, toscamente labrado, sobresaliendo la cabeza, muy bien configurada, de gran expresión y de tamaño mayor que el correspondiente al resto de la figura. Le sirve de cruz un tronco de cepa natural, y la cabellera y la barba del Divino Señor, están formadas por las mismas raices de aquella, infundiendo su vista admiración profunda, mucho respeto y suma devoción.

(1) Don Vetura Pérez, Diaro de Valladolid
(2) Don Mariano González Moral, El Indicador de Valladolid

-Texto: "Valladolid, recuerdos y grandezas" Año 1900 Tomo I. pág 91 y ss.

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