Es lo que la Reina Isabel II quiso que el General Espartero en su nombre transmitiera al pueblo vallisoletano en un acto solemne el 28 de abril de 1856, momento inicial de las obras de la estación y que supuso para la ciudad un festejo importante y de gran transcendencia para la vida social y económica de Valladolid.
Según recogen algunos escritos de prensa de la época, se construyó un gran arco de ladrillo debido al temor de la población de que sus casas se pudieran derrumbar a causa de las vibraciones del suelo al paso de las enormes máquinas de vapor y de los trenes. Antes de caerse las casas, lo haría el propio puente.
El Arco Conmemorativo de Ladrillo nos recuerda el comienzo de las obras del trayecto ferroviario, por un lado, hacia Medina del Campo, y por el otro, hacia Burgos, formando parte de la línea Madrid - Irún, que la compañía de Los Caminos del Hierro del Norte comenzó a construir en 1856. Lo primero era trazar la línea que, para finalizar su construcción quedaron, naturalmente, las partes que presentaban dificultades, como la sierra de Guadarrama, en Castilla, y las estribaciones pirenaicas, en Guipúzcoa. Hubo momentos en que la masa laboral en los trabajos de la sierra llegaron a cifrarse en 13.750 hombres durante abril de 1860.
No se realizó el esfuerzo suficiente para cumplir con el acuerdo que durante el reinado de Isabel II se estableció con el país vecino al objeto de unir sus infraestructuras ferroviarias a través de Baiona. La falta de claridad en los proyectos y concesiones francesas, la situación de conflicto interno y la puesta en servicio de la conexión marítima Francia-España a través de Santander con la "Compagnie Internationale de Navigation" retrasarían la conexión ferroviaria hasta principios del siglo XX. En 1858, la Reina Isabel II acudió al acto del comienzo de las obras del puente Príncipe Alfonso (sobre el río Pisuegra) en la que colocó la primera piedra.
De la mano del ingeniero francoespañol Enrique Grasset y Echevarría y del arquitecto, Salvador Armagnac corrió el proyecto de ejecución de lo que es hoy la Estación de Campo Grande o del Norte en Valladolid. Un nuevo proyecto que en segunda versión corregida, fue aprobado por fin en mayo de 1891. La entera realización del edificio concluyó en octubre de 1895, en un lugar dónde antes tan sólo había un simple apeadero cuyo único fin era dar la oportunidad de a los viajeros de subir y bajar del tren.
Componía el proyecto un pabellón central, dos cuerpos laterales y dos pabellones extremos, siguiendo el esquema típico de las estaciones de la Compañía del Norte. Tres grandes puertas bajo arcos de medio punto se abren en el pabellón central, divididas por pilastras gemelas sobresalientes del paramento de la fachada y sostenidas dos a dos por un zócalo.
La conjunción piedra-ladrillo domina la fachada. Sillería en el cuerpo central, y cadenetas en los flancos de todos los pabellones, piedra también en las embocaduras de puertas y ventanas; lo demás, ladrillo prensado. Y en el frontispicio y a ambos lados del escudo de la ciudad, jalonan las esculturas de la Agricultura y de la Industria, obra del escultor Angel Díaz.
El complemento de la cubierta de hierro sobre los andenes, con relojes en las cortinas de ambos extremos, provocan el recuerdo de la estación de Príncipe Pío, ya que su factura (sistema articulado de cuchillas tipo Polonceau) es análoga. Se mantuvo en los veinte metros de luz, pero con menor alzado -arranca de la cornisa de la primera planta del edificio- que en el primer estudio de Enrique Grasset y con menos caireles decorativos. Las columnas que la soportan fueron fundidas en los talleres bilbaínos de Zorroza.
La alusión a Campo Grande, se debe a su proximidad con el popular parque ciudadano de gran concurrencia, siendo un marco ideal para el encuentro y la convivencia social de aquella época.
Queda huella de esos años de prosperidad y optimismo en la estación misma, lógicamente, y en las viejas rotondas cobijo de las locomotoras de vapor. Pero la configuración futura de este conglomerado entró en vías de cambio con el acuerdo de cooperación al que llegaron Renfe y el Ayuntamiento vallisoletano en mayo de 1993, para encontrar una solución técnica a la barrera que representaba el trazado ferroviario al desarrollo de la ciudad. La red Arterial ferroviaria pretende convertir a Valladolid en el centro de transporte más importante hacia todo el Noroeste y para lo que a la estación respecta, su inmediata conversión en el centro de atención al viajero.
La estación de Valladolid se presenta hoy bien holgada, airosa, luminosa en todos sus elementos formales, tras su profunda remodelación para celebrar los cien años del comienzo de su construcción (1891-1991). Valladolid tuvo siempre buena luz artificial: fue la primera de la línea que dispuso de alumbrado de gas, y en 1990 se estreno un sistema de iluminación de la fachada que permite una magnifica visión nocturna de sus excelencias.
Fuente: http://www.adif.es/es_ES/ocio_y_cultura/estaciones_historicas/estacion_de_valladolid.shtml
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