Fotografía: El ferrocarril de Valladolid a Medina de Rioseco "Tren Burra" de Godofredo Garabito Gregorio
Aquella silueta entrañable a la que se llamó así porque circulaba muy despacio, formó parte durante muchos años del paisaje urbano de una ciudad habituada al trayecto que cubría desde la estación de San Bartolomé a la de Campo de Bejar por el puente, las Moreras, el Paseo de Zorrilla y vuelta, un par de veces al día, para después hacer el viaje hasta Medina de Rioseco, su razón de ser desde que fue fundado en 1884.
El pequeño tren nació no solo para facilitar el desplazamiento a la capital de los habitantes de los pueblos del recorrido, sino también para transportar esencialmente cerales, la riqueza natural de la comarca de Tierra de Campos, y también remolacha, legumbres y hasta piedra de las canteras de Villanubla, a veces un peso excesivo que había que aliviar abandonando los viajeros su vagón para que la pequeña locomotora tomara carrerilla y pudiera salvar la cuesta de Zaratán pasando las de Caín, casi al borde del síncope entre humaredas y grandes resoplidos.
En invierno, cuando nevaba, era preciso echar tierra en los raíles para evitar que las ruedas patinaran con lo que el viaje cobraba una dimensión aventurera de final incierto, aunque por lo general feliz.
El desplazamiento desde Valladolid a la estación de Medina de Rioseco, venía a durar una hora y media. Las paradas obligadas del trayecto eran las dos de la capital, Campo de Béjar y San Bartolomé, y las de Zaratán, Villanubla, La Mudarra y Rioseco, además de dos apeaderos, Torozos y Coruñeses, que eran discrecionales. El trenecillo se detenía si había viajeros o previsión de que pudiera haberlos, de modo que la hora de llegada era siempre aproximada.
Había dos tipos de billete, primera y segunda clase, cuyo precio a finales de los cuarenta, oscilaba entre ocho y cinco pesetas, ida y vuelta.
El pequeño tren de vía estrecha era para muchos vallisoletanos un amigo con el que se encontraban a diario, en cualquier parte de su trayecto urbano.
Aquella imagen vivida casi a diario pertenece ya a un lejano rincón de la memoria. No está el trenecillo, ni las vías que le marcaban el recorrido por la ciudad.
Al entrañable tren de nuestra infancia le empezaron a cercar los problemas porque su propia Compañía descubrió que no era rentable frente a otros medios de transporte y las autoridades vallisoletanas, que ya diseñaban una urbe moderna, querían eliminar a todas costa el anacronismo de un convoy que aún moviéndose a paso de tartana seguía siendo un peligro.
Eran frecuentes los atropellos con daños materiales y a veces también ocurrían desgracias personales.
El 10 de marzo de 1955 se convirtió en el principio del fin de la historia del tren burra. Ese día a la altura del Poniente, una furgoneta que trasladaba a un grupo de vecinos de Ciguñuela fue arrollada por el tren ocasionando dos víctimas mortales y ocho heridos, algunos de gravedad.
El accidente sentenció al pequeño tren, al que pocos años después retiraron las vías que atravesaban la ciudad, hasta que el 10 de julio de 1969 realizó su último viaje, cargado de periodistas locales para dar fe de la muerte anunciada del trenecillo.
Fuente bibliográfica: Valladolid Cotidiano. (1939-1958).
Autor: José Miguel Ortega Bariego.
ISBN:84-95917-40-8
Fotografía: El ferrocarril de Valladolid a Medina de Rioseco "Tren Burra" de Godofredo Garabito Gregorio
El pequeño tren nació no solo para facilitar el desplazamiento a la capital de los habitantes de los pueblos del recorrido, sino también para transportar esencialmente cerales, la riqueza natural de la comarca de Tierra de Campos, y también remolacha, legumbres y hasta piedra de las canteras de Villanubla, a veces un peso excesivo que había que aliviar abandonando los viajeros su vagón para que la pequeña locomotora tomara carrerilla y pudiera salvar la cuesta de Zaratán pasando las de Caín, casi al borde del síncope entre humaredas y grandes resoplidos.
Fotografía: El ferrocarril de Valladolid a Medina de Rioseco "Tren Burra" de Godofredo Garabito Gregorio
En invierno, cuando nevaba, era preciso echar tierra en los raíles para evitar que las ruedas patinaran con lo que el viaje cobraba una dimensión aventurera de final incierto, aunque por lo general feliz.
El desplazamiento desde Valladolid a la estación de Medina de Rioseco, venía a durar una hora y media. Las paradas obligadas del trayecto eran las dos de la capital, Campo de Béjar y San Bartolomé, y las de Zaratán, Villanubla, La Mudarra y Rioseco, además de dos apeaderos, Torozos y Coruñeses, que eran discrecionales. El trenecillo se detenía si había viajeros o previsión de que pudiera haberlos, de modo que la hora de llegada era siempre aproximada.
Fotografía: El ferrocarril de Valladolid a Medina de Rioseco "Tren Burra" de Godofredo Garabito Gregorio
Había dos tipos de billete, primera y segunda clase, cuyo precio a finales de los cuarenta, oscilaba entre ocho y cinco pesetas, ida y vuelta.
El pequeño tren de vía estrecha era para muchos vallisoletanos un amigo con el que se encontraban a diario, en cualquier parte de su trayecto urbano.
Aquella imagen vivida casi a diario pertenece ya a un lejano rincón de la memoria. No está el trenecillo, ni las vías que le marcaban el recorrido por la ciudad.
Al entrañable tren de nuestra infancia le empezaron a cercar los problemas porque su propia Compañía descubrió que no era rentable frente a otros medios de transporte y las autoridades vallisoletanas, que ya diseñaban una urbe moderna, querían eliminar a todas costa el anacronismo de un convoy que aún moviéndose a paso de tartana seguía siendo un peligro.
Fotografía: El ferrocarril de Valladolid a Medina de Rioseco "Tren Burra" de Godofredo Garabito Gregorio
Eran frecuentes los atropellos con daños materiales y a veces también ocurrían desgracias personales.
El 10 de marzo de 1955 se convirtió en el principio del fin de la historia del tren burra. Ese día a la altura del Poniente, una furgoneta que trasladaba a un grupo de vecinos de Ciguñuela fue arrollada por el tren ocasionando dos víctimas mortales y ocho heridos, algunos de gravedad.
El accidente sentenció al pequeño tren, al que pocos años después retiraron las vías que atravesaban la ciudad, hasta que el 10 de julio de 1969 realizó su último viaje, cargado de periodistas locales para dar fe de la muerte anunciada del trenecillo.
El tren burra se puede ver en la actualidad expuesto
en la Plaza de San Bartolomé del barrio de la Victoria
en la Plaza de San Bartolomé del barrio de la Victoria
Fuente bibliográfica: Valladolid Cotidiano. (1939-1958).
Autor: José Miguel Ortega Bariego.
ISBN:84-95917-40-8
Comentarios