Dña. Paulina Harriet
El Colegio Nuestra Señora de Lourdes fue fundado en 1884, por iniciativa de la dama francesa afincada en Valladolid, Paulina Harriet.
El Colegio Nuestra Señora de Lourdes fue fundado en 1884, por iniciativa de la dama francesa afincada en Valladolid, Paulina Harriet.
De familia acomodada, había contraído matrimonio con Juan Dibildos, industrial establecido en el barrio vallisoletano de las Tenerías, junto al río Pisuerga. En sus deseos por catequizar y propiciar la alfabetización de los muchos que carecían de letras y de conocimientos de doctrina cristiana, y ante sus posibilidades reducidas -no tanto las económicas-, recurrió a los Hermanos de las Escuelas Cristianas, religiosos dedicados a la enseñanza desde su fundación, a finales del siglo XVII. Sin embargo, los “baberos”, como popularmente se les conocía, habían sido llamados a Valladolid, años antes, por el alcalde Miguel Íscar. Deseaba este político, preocupado por el avance material de la ciudad, un colegio de gran calidad, para las clases urbanas que progresaban con Valladolid.
Paulina Harriet, sin embargo, pensaba en los Hermanos de La Salle, para la educación de las clases obreras de la parroquia de San Ildefonso. Y aunque esta segunda opción era la que coincidía con los intereses del Instituto, tardó el visitador de España, el Hermano Justino María, en aceptar la generosa oferta de Paulina Harriet. Los religiosos atravesaron los Pirineos en 1878, estableciendo su primera casa en Madrid. Venían manteniendo el principio de no iniciar aventuras arriesgadas, sin el suficiente respaldo. Finalmente llegaron los primeros Hermanos a la Estación del Norte de Ferrocarril de Valladolid, en la noche del 21 de enero de 1884. La nueva escuela se dedicó a la advocación francesa de Nuestra Señora de Lourdes, cuyas apariciones tanto prestigio habían alcanzado en la Iglesia de la segunda mitad del siglo XIX.
Los comienzos
Las aulas fueron aumentando, al igual que los alumnos y profesores. Pronto empezará a convivir la Escuela Gratuita, tan impulsada por la citada viuda de Dibildos, con el colegio de pago, para el cual se necesitaron nuevas instalaciones e infraestructuras.
También se extendían las enseñanzas, no reducidas únicamente a la primaria, sino al bachillerato y a las propias de comercio. Igualmente la educación religiosa, ejercida por una importante generación de maestros franceses, fomentó el nacimiento de congregaciones de alumnos, entre las que se encontraban las de María Inmaculada o San Juan Bautista de La Salle. Adquirieron un gran prestigio en los centros lasalianos, y muy especialmente en este Colegio de Lourdes, la llamada Cruzada Eucarística, tan conocida en toda la ciudad desde la llegada al centro del H. Faustiniano Abel. Tampoco estuvo ajeno de la vida académica la educación física y el deporte, con la celebración de los festivales gimnásticos de gran repercusión en la ciudad. Una expansión que también se experimentó en la construcción de un nuevo colegio, que no se mantuvo en silencio, ante los constantes cambios: laboratorios, teatro, cine o aulas de enseñanzas especiales.
Años difíciles
La proclamación de la República, el 14 de abril de 1931, y el desarrollo posterior de la Guerra Civil, despertaron los recelos y las dificultades para la enseñanza religiosa en España, aunque los Hermanos de la Salle supieron buscar soluciones a las limitaciones impuestas por la Ley de Congregaciones. Tras los cambios de comunidad, la desaparición de algunos de los religiosos que habían vivido en el Colegio antes de 1936, la clandestinidad en la que habían ejercido su magisterio y la muerte de algunas decenas de antiguos alumnos en el frente, en definitiva, tras los “días de dificultades y temores”, llegaba una consolidación del modelo educativo que representaba el Colegio de Lourdes. Un período de expansión, que a pesar de las dificultades de un país de posguerra, fue aprovechado por los diferentes directores del centro.
Alumnos del Colegio Lourdes preparados para el paseo
Signos de este crecimiento fue el aumento de los alumnos, el esplendor de su internado, los éxitos académicos de los que habían pasado por estas aulas y la repercusión de todo ello en la vida social de Valladolid. Por eso no fue extraño que, en 1950, se concediese al Colegio la Medalla de Oro de la Ciudad y que algunos de sus maestros, como el parvulista de nacionalidad francesa, el H. Enrique Thelvold, fuese reconocido por el gobierno a través de la Medalla del Trabajo.
Tiempos de renovación
En los años sesenta comienza el tiempo de la renovación en lo académico y lo espiritual. El primer objetivo se cumplía, por ejemplo, a través de la Ley General del ministro Villar Palasí, mientras que lo segundo era definido por las disposiciones emanadas del Concilio Vaticano II. Todavía el Colegio de Lourdes podía ser conocido a través de las voces de su Escolanía, que hasta en la Televisión Española llegó a actuar. Cambios también en la vida religiosa del Instituto de los Hermanos, con un importante descenso de vocaciones, pero también una llamada a lo que se ha venido llamando desde entonces la “Misión Compartida”. A través de ella, los profesores seglares de colegios como el de Lourdes, poseen una mayor presencia e identidad.
Fotografía de alumnos, años 30. (Entre ellos Miguel Delibes).
Nuevas enseñanzas, nuevos alumnos y más diversificados (la llegada de la coeducación), nuevas reformas educativas (el concepto de la enseñanza concertada frente al anterior de enseñanza privada), la aplicación de lo aprendido en el aula en diversas realidades culturales (la celebración de las semanas de la ciencia o la pintura), una espiritualidad solidaria dentro de una visión eclesial universal.
Colegio de Lourdes, ciento veinte años de historia; piedra sobre piedra, todas ellas necesarias, para alcanzar la realidad educativa de hoy.
Javier Burrieza Sánchez
Historiador y Antiguo Alumno
Historiador y Antiguo Alumno
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