Era una calle con entrada por los soportales de la de Ferrari y sin salida, por lo que antiguamente se la llamaba “corral”, como a todas las que tenían esa circunstancia. De los “corrales” que existían, este era el de mayor importancia, aunque sus casas eran casi todas accesorias de las de Ferrari y Teresa Gil.(1)
El Corral de Boteros es algo familiar para los vallisoletanos, aunque desde 1863 el Ayuntamiento decidiera retirar lo de corral para incluirlo en el callejero con el rótulo de Calle de Boteros. Fue un rincón típico en la vida de la ciudad, hurtado ahora a la vista y a las tertulias de los ciudadanos, que en los años setenta del siglo XX nos acercábamos a pasar el rato, discutiendo de lo divino y de lo humano, en una tasca situada al fondo del corral.
Lo de "Corral de Boteros" le viene a este lugar porque en él tuvieron sus talleres, en muchos casos al aire libre, los artesanos del cuero. Allí dieron vida a la bota de vino, un recipiente del que se sirvieron durante siglos las gentes del campo y de la ciudad para apagar la sed y, de paso, alegrarse un poco la vida.
Al "Corral de Boteros" acudieron arrieros de todas las latitudes para surtirse de elemento tan útil. Peregrinos y andarríos se dieron cita en estos obradores del corral y, con ellos, los maragatos que hacían la ruta del pescado del Cantábrico, de Laredo a Valladolid, en cinco días. Nunca fue el "Corral de Boteros" un punto de reunión para las clases privilegiadas, pero sí consiguió no poca fama entre los que nunca tuvieron nada que perder. El soportal que todavía existe, aunque su acceso hasta él hoy parece imposible, dio sombra y refugio a los propios boteros y a su clientela variopinta. en su conjunto, el corral tuvo vida, por sí mismo y por la que le prestaban los vecinos de las viviendas que lo configuraban, aunque la entrada a las mismas se hiciera por las calles de Teresa Gil y de Ferrari. Hoy es solo una sombra dentro de la ciudad.
El Corral de Boteros es algo familiar para los vallisoletanos, aunque desde 1863 el Ayuntamiento decidiera retirar lo de corral para incluirlo en el callejero con el rótulo de Calle de Boteros. Fue un rincón típico en la vida de la ciudad, hurtado ahora a la vista y a las tertulias de los ciudadanos, que en los años setenta del siglo XX nos acercábamos a pasar el rato, discutiendo de lo divino y de lo humano, en una tasca situada al fondo del corral.
Lo de "Corral de Boteros" le viene a este lugar porque en él tuvieron sus talleres, en muchos casos al aire libre, los artesanos del cuero. Allí dieron vida a la bota de vino, un recipiente del que se sirvieron durante siglos las gentes del campo y de la ciudad para apagar la sed y, de paso, alegrarse un poco la vida.
Al "Corral de Boteros" acudieron arrieros de todas las latitudes para surtirse de elemento tan útil. Peregrinos y andarríos se dieron cita en estos obradores del corral y, con ellos, los maragatos que hacían la ruta del pescado del Cantábrico, de Laredo a Valladolid, en cinco días. Nunca fue el "Corral de Boteros" un punto de reunión para las clases privilegiadas, pero sí consiguió no poca fama entre los que nunca tuvieron nada que perder. El soportal que todavía existe, aunque su acceso hasta él hoy parece imposible, dio sombra y refugio a los propios boteros y a su clientela variopinta. en su conjunto, el corral tuvo vida, por sí mismo y por la que le prestaban los vecinos de las viviendas que lo configuraban, aunque la entrada a las mismas se hiciera por las calles de Teresa Gil y de Ferrari. Hoy es solo una sombra dentro de la ciudad.
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