Por Santiago Martín
La tentación era demasiado grande como para no caer en ella. La tentación, con sus 57.500 metros cuadrados de superficie comercial, se había instalado frente al Nuevo Estadio, en la Autovía Puente Colgante, y el domingo 22 de diciembre de 1981, en la última página de El Norte de Castilla, los vallisoletanos leían que “El Hipermercado de Valladolid ¡merece la pena!”. EL hipermercado, no UN hipermercado o ESTE hipermercado: “el”, porque no había otro (e iba a tardar en haberlo).
Una obra hecha en 120 días, inaugurada por Tomás Rodríguez Bolaños, a la sazón alcalde de la ciudad. El hipermercado, que hacía temblar al comercio tradicional. Y quizás en aquel momento la situación era para tener miedo a casi todo: el informe de la Cámara de Comercio de Valladolid señalaba que la situación del sector era de estancamiento.
Y frente a esta inmovilidad comercial: ¡la oferta! Así, entre exclamaciones. Y no era para menos. De lunes a sábado, de 10 de la mañana a 10 de la noche, se podían encontrar 250 artículos “¡al costo!”.
El hipermercado tenía para todos. La mamá se extasiaba ante el sujetador a 99 pesetas , aunque al lado había un mucho menos tentador delantal a 95 pesetas, que le recordaba que tenía que pasarse por los congelados, donde por 130 pesetas se llevaría a casa dos estuches de ocho empanadillas para arreglar la cena. El hijo mayor rebuscaría entre los LP`s a 120 pesetas. Si el padre se desesperaba ante la revolución familiar, podía matar las penas al modesto precio de tres duros, que daban derecho a un pincho de tortilla de patata y una cerveza.
Por otra parte, el sistema aquél de compra no era tan malo. Uno se pasaba toda la tarde del sábado fuera de casa y, si se tenía un poco de control, el dinero se gastaba en cosas al fin y al cabo útiles. Los niños se lo pasaban bien y podían toquetear cuanto les venía en gana…hasta que llegaba un vigilante. El gasto final se podía pagar con tarjeta; sería cuestión de acostumbrarse.
¿Llega la competencia?
Durante unos años, la hegemonía de Continente fue absoluta. En 1988, el panorama se amplía: El Corte Inglés llega a Valladolid, tras generar grandes expectativas y colas en las oficinas del Inem de ilusionados aspirantes a un puesto de trabajo en alguna de sus múltiples secciones.
El gigante desembarca el 26 de febrero de 1988, y si Continente se emplazó frente al Nuevo Estadio, los grandes almacenes se encuentran donde años atrás estuvo el Estadio José Zorrilla. Una doble página en El Norte de Castilla señala la jornada como “Gran estreno. Primer día de la historia del Corte Inglés en Valladolid” y anuncia “Sesión continua de 10 de la mañana a 9 de la noche”. Aquello es una atracción fatal, como la que en esas fechas lleva cinco semanas en la cartelera vallisoletana.
Valladolid es una ciudad en pleno proceso de transformación, a todos los niveles, y las costumbres comerciales no escapan a la tónica general. Grandes superficies y grandes almacenes alcanzan una coexistencia sin problemas, sirviendo a distintas necesidades de un público que discierne y valora aspectos más allá del simple precio.
Una obra hecha en 120 días, inaugurada por Tomás Rodríguez Bolaños, a la sazón alcalde de la ciudad. El hipermercado, que hacía temblar al comercio tradicional. Y quizás en aquel momento la situación era para tener miedo a casi todo: el informe de la Cámara de Comercio de Valladolid señalaba que la situación del sector era de estancamiento.
Y frente a esta inmovilidad comercial: ¡la oferta! Así, entre exclamaciones. Y no era para menos. De lunes a sábado, de 10 de la mañana a 10 de la noche, se podían encontrar 250 artículos “¡al costo!”.
El hipermercado tenía para todos. La mamá se extasiaba ante el sujetador a 99 pesetas , aunque al lado había un mucho menos tentador delantal a 95 pesetas, que le recordaba que tenía que pasarse por los congelados, donde por 130 pesetas se llevaría a casa dos estuches de ocho empanadillas para arreglar la cena. El hijo mayor rebuscaría entre los LP`s a 120 pesetas. Si el padre se desesperaba ante la revolución familiar, podía matar las penas al modesto precio de tres duros, que daban derecho a un pincho de tortilla de patata y una cerveza.
Por otra parte, el sistema aquél de compra no era tan malo. Uno se pasaba toda la tarde del sábado fuera de casa y, si se tenía un poco de control, el dinero se gastaba en cosas al fin y al cabo útiles. Los niños se lo pasaban bien y podían toquetear cuanto les venía en gana…hasta que llegaba un vigilante. El gasto final se podía pagar con tarjeta; sería cuestión de acostumbrarse.
¿Llega la competencia?
Durante unos años, la hegemonía de Continente fue absoluta. En 1988, el panorama se amplía: El Corte Inglés llega a Valladolid, tras generar grandes expectativas y colas en las oficinas del Inem de ilusionados aspirantes a un puesto de trabajo en alguna de sus múltiples secciones.
El gigante desembarca el 26 de febrero de 1988, y si Continente se emplazó frente al Nuevo Estadio, los grandes almacenes se encuentran donde años atrás estuvo el Estadio José Zorrilla. Una doble página en El Norte de Castilla señala la jornada como “Gran estreno. Primer día de la historia del Corte Inglés en Valladolid” y anuncia “Sesión continua de 10 de la mañana a 9 de la noche”. Aquello es una atracción fatal, como la que en esas fechas lleva cinco semanas en la cartelera vallisoletana.
Valladolid es una ciudad en pleno proceso de transformación, a todos los niveles, y las costumbres comerciales no escapan a la tónica general. Grandes superficies y grandes almacenes alcanzan una coexistencia sin problemas, sirviendo a distintas necesidades de un público que discierne y valora aspectos más allá del simple precio.
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