Por José María Martínez Ferreira
A comienzos del siglo XVI cuando nuestro Valladolid se engrandecía, se abordaba un plan ambicioso y espectacular: el de la navegación del río Pisuerga.
Para poder desarrollar este plan había que superar previamente algunas dificultades: la existencia de los numerosos molinos que en las orillas del río utilizaban el agua como recurso energético y la existencia de sucesivas pesqueras, pequeñas presas que retenían el agua y los peces para facilitar la pesca, de lo que proviene su nombre.
En tiempos de los Reyes Católicos, a finales del siglo XV, se intentaron salvar los obstáculos a la navegación, dictando normas por las que se facilitaba y daba preferencia en el uso del río al paso de barcazas, y autorizando el concejo de Valladolid a recaudar fondos para indemnizar a los propietarios de las pesqueras, moliendas y otras industrias, por las obras necesarias para abordar la navegación por el Pisuerga. Vinieron técnicos alemanes expertos en el acondicionamiento para la navegación de ríos y canales. Así se construyó un “ingenio”, próximo al Puente Mayor, que permitía pasar las embarcaciones, por medio de unas puertas dobles que abrían y cerraban la pesquera.
La última ilusión de la utopía: el Pisuerga de la Realeza
El proyecto resurgió en tiempos de Felipe III, en el momento en que se afinca en Valladolid con su corte. La ciudad ofrecía de todo para retenerle, como la Casa o Palacio de la Ribera (Huerta del Rey) verdadero vergel con jardines para el recreo del monarca, que era abastecida de agua del Pisuerga por el “ingenio de Zubiaurre”. El río era espacio para las fiestas, los fuegos artificiales, los conciertos de música y el paseo de los cortesanos en los “jardines reales”.
Desde el Palacio de la Ribera del rey pudo admirar la gran nave que se construyó para pasear por el Pisuerga, con el fin de incitar al abúlico monarca para acoger bajo su protección el tan deseado proyecto de navegación. La intención se vio cumplida, y Felipe III mando informarse sobre las posibilidades y los costes que supondría. Pero cuando la Corte se marchó, se abandonó también, simultáneamente, el utópico proyecto de navegación.
Un río ya solo familiar
Durante muchos años el río sólo fue navegado por pequeñas barcas de pescadores, cuyas capturas eran posteriormente degustadas en los merenderos que se situaban en las orillas. Algunas familias de pescadores han llegado hasta nuestros días, aunque cambiando su función, pues se han tenido que dedicar al alquiler de barcas, como es el caso de “El Catarro”.
Hoy en día, únicamente navegan por el Pisuerga pequeñas barcas de paseo, a remo. Y las casetas de madera de la orilla nos recuerdan a aquellos merenderos de otros tiempos.
El ingenio del General Zubiaurre
En 1603 llegó a Valladolid el general de la armada Pedro de Zubiaurre, quien se ofreció para elevar el agua del Pisuerga por medio de un artefacto y así poder abastecer a la población de Valladolid. Su propuesta fue bien acogida, realizándose el ingenio consistente en unas bombas de émbolo, movidas por ruedas y cadenas a través de dos grandes ruedas hidráulicas movidas por la corriente del río.
El Duque de Lerma vio en esta máquina la solución de las necesidades de agua para sus huertas y jardines, y para el Palacio de la Ribera. A su demanda, y con la esperanza de que así se favorecía el mantenimiento de la Corte en Valladolid, el Ayuntamiento acordó ceder el disfrute del ingenio al duque, pese a las necesidades de agua de la población. El ingenio se mantuvo más de siglo y medio, hasta su derribo en 1794.
Para poder desarrollar este plan había que superar previamente algunas dificultades: la existencia de los numerosos molinos que en las orillas del río utilizaban el agua como recurso energético y la existencia de sucesivas pesqueras, pequeñas presas que retenían el agua y los peces para facilitar la pesca, de lo que proviene su nombre.
En tiempos de los Reyes Católicos, a finales del siglo XV, se intentaron salvar los obstáculos a la navegación, dictando normas por las que se facilitaba y daba preferencia en el uso del río al paso de barcazas, y autorizando el concejo de Valladolid a recaudar fondos para indemnizar a los propietarios de las pesqueras, moliendas y otras industrias, por las obras necesarias para abordar la navegación por el Pisuerga. Vinieron técnicos alemanes expertos en el acondicionamiento para la navegación de ríos y canales. Así se construyó un “ingenio”, próximo al Puente Mayor, que permitía pasar las embarcaciones, por medio de unas puertas dobles que abrían y cerraban la pesquera.
La última ilusión de la utopía: el Pisuerga de la Realeza
El proyecto resurgió en tiempos de Felipe III, en el momento en que se afinca en Valladolid con su corte. La ciudad ofrecía de todo para retenerle, como la Casa o Palacio de la Ribera (Huerta del Rey) verdadero vergel con jardines para el recreo del monarca, que era abastecida de agua del Pisuerga por el “ingenio de Zubiaurre”. El río era espacio para las fiestas, los fuegos artificiales, los conciertos de música y el paseo de los cortesanos en los “jardines reales”.
Desde el Palacio de la Ribera del rey pudo admirar la gran nave que se construyó para pasear por el Pisuerga, con el fin de incitar al abúlico monarca para acoger bajo su protección el tan deseado proyecto de navegación. La intención se vio cumplida, y Felipe III mando informarse sobre las posibilidades y los costes que supondría. Pero cuando la Corte se marchó, se abandonó también, simultáneamente, el utópico proyecto de navegación.
Un río ya solo familiar
Durante muchos años el río sólo fue navegado por pequeñas barcas de pescadores, cuyas capturas eran posteriormente degustadas en los merenderos que se situaban en las orillas. Algunas familias de pescadores han llegado hasta nuestros días, aunque cambiando su función, pues se han tenido que dedicar al alquiler de barcas, como es el caso de “El Catarro”.
Hoy en día, únicamente navegan por el Pisuerga pequeñas barcas de paseo, a remo. Y las casetas de madera de la orilla nos recuerdan a aquellos merenderos de otros tiempos.
El ingenio del General Zubiaurre
En 1603 llegó a Valladolid el general de la armada Pedro de Zubiaurre, quien se ofreció para elevar el agua del Pisuerga por medio de un artefacto y así poder abastecer a la población de Valladolid. Su propuesta fue bien acogida, realizándose el ingenio consistente en unas bombas de émbolo, movidas por ruedas y cadenas a través de dos grandes ruedas hidráulicas movidas por la corriente del río.
El Duque de Lerma vio en esta máquina la solución de las necesidades de agua para sus huertas y jardines, y para el Palacio de la Ribera. A su demanda, y con la esperanza de que así se favorecía el mantenimiento de la Corte en Valladolid, el Ayuntamiento acordó ceder el disfrute del ingenio al duque, pese a las necesidades de agua de la población. El ingenio se mantuvo más de siglo y medio, hasta su derribo en 1794.
-Fuente: Valladolid para pensar. Otra vida en Valladolid: La Naturaleza. (José María Martín Ferreira – Isidoro González Gallego). Publicado por el Ayuntamiento de Valladolid. ISBN: 84-87473-21-0
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