1935, Valladolid ve nacer la Vuelta Ciclista a España

Antoine Dignet (a la derecha) y Mariano Cañardo, clasificados en primera y segunda
posición en aquella histórica etapa de la Vuelta Ciclista a España, aparecen
rodeados de aficionados vallisoletanos en la Acera de Recoletos, entonces llamada Avenida de la República

El 30 de abril de 1935 se ponía en marcha, en la Glorieta de Atocha de Madrid, la primera edición de la Vuelta Ciclista a España con 50 participantes, de los que 17 eran extranjeros.
El trazado, de 3431 kilómetros, había establecido la primera etapa entre Madrid y Valladolid por lo que semanas antes de iniciarse la carrera habían llegado a nuestra ciudad, López Dóriga, Leblanc y otros miembros de la organización para crear un Comité de Honor, en el que estaban las fuerzas vivas -Gobernador, Presidente de la Diputación y alcalde- así como también los redactores deportivos de "El Norte de Castilla", "Diario Regional" y "La Libertad", el vicepresidente y el secretario del Valladolid Deportivo- lo de "Real" lo prohibió la República- y hasta la madrina del club blanquivioleta. También se creó un Jurado Técnico que encabezaba Nicanor Marcos, a la sazón presidente del Valladolid Ciclo Excursionista.
Se cuidaron los detalles al máximo, colocando carteles desde Boecillo para indicar a los ciclistas los kilómetros que restaban para llegar a la meta y una vez superado el Arco de Ladrillo, un rótulo señalaba el camino de los corredores y otro el de los coches para evitar peligrosas aglomeraciones. La línea de meta se había establecido frente al número 11 de la Acera de Recoletos -entonces llamada Avenida de la República- mientras que el control para los participantes estaba en el Café Avenida, algo alejado de la llegada.
A las nueve menos cuarto, con algo de retraso, el Ministro de Obras Públicas dio el banderazo de salida a los participantes entre los aplausos de la multitud y algún tiempo después afrontaban la primera y única dificultad montañosa puntuable de la jornada, el Alto del León, donde se impuso el suizo Leo Amberg, que debutaba aquel año de profesional y que ya había acreditado sus grandes dotes de escalador ganando la Subida al Mont Faron.


Para el público vallisoletano concentrado en las inmediaciones de la meta no había otras noticias del desarrollo de la carrera que las que facilitaban los enviados especiales de los periódicos y que tampoco eran demasiado exactas porque se habían tenido que adelantar para ubicarse convenientemente en la línea de llegada. Precisamente la aparición de los coches de "Informaciones", "Blanco y Negro", "El diluvio" y otros rotativos y revistas logró desencadenar ese murmullo de expectación que precede al momento culminante del final de etapa.
Como la representación extranjera no era numerosa y además estaba muy repartida, la Organización estimó conveniente agrupar a los 50 participantes en sólo dos bandos o equipos, uno azul y otro verde, que estaban patrocinados por las dos firmas d biciclietas españolas más prestigiosos: B.H y Orbea.
La realidad, sin embargo, era que cada uno corría a su aire y, olvidándose del color de su camiseta, los belgas se ayudaban entre sí, lo mismo que los franceses e italianos, cosa que lamentablemente no ocurría siempre con los españoles. Así, pocos kilómetros antes de llegar a Valladolid, demarró el belga Antoine Dignef y por falta de colaboración nadie se decidió a anular la escapada, así que aquel mocetón no precisó sprintar para anotarse la histórica victoria de la primera etapa de la primera vuelta ciclista a España, que había rendido viaje en nuestra ciudad. Después fueron entrando Mariano Cañardo, Marinus Valentyn, Manuel Capella, Max Bulla..., hasta el último clasificado, el italiano Sebastiano Picardo, que apareció en la meta ¡dos horas más tarde!, cuando ya no quedaba casi nadie.

La firma B.H. editó este cartel conmemorativo de la primera edición de la Vuelta
Ciclista a España en la que obtuvo siete triunfos de etapa y la clasificación general de Gustavo Deloor.

Ni que decir tiene que la estancia de la caravana ciclista constituyó todo un acontecimiento para los vallisoletanos, que se arremolinaban en las puertas de los hoteles y pensiones ansisoso de ver de cerca a sus ídolos e incluso cambiar con ellos impresiones. Los ciclistas de entonces eran mucho más comunicativos y accesibles que los de ahora, sin duda porque antes la popularidad era su principal recompensa.
Pero los "gigantes del macadán" -así bautizados por un cronista de la época, haciendo referancia al pavimento por el que discurrían las etapas- se retiraron pronto para descansar porque el control de firma se había fijado para las cinco y media, ¡aún de noche!, en la Plaza de la Rinconada, desde donde se dió la salida neutralizada para cubrir la segunda etapa, hacia la capital de Cantabria. Los 49 supervivientes -Mostajo, de Calatayud, no compareció- circularon por las calles de la ciudad escoltados por el aplauso del público para tomar la salida oficial en el fielato de la Carretera de Santander.
El prestigioso crítico "Rienzi" vertió grandes elogios en su crónica de "Informaciones" sobre la perfecta organización y comportamiento de los aficionados vallisoletanos, poniendo a nuestra ciudad como ejemplo par los demás finales de etapa. Y lo que entonces decía "Rienzi" iba a misa.

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