Si preguntásemos a los más viejos por las tabernas con más solera del barrio de Las Delicias, seguro que ninguno olvidaría a la "Rosina", que estaba en el número 64 de la Avenida de Segovia, en la confluencia con la calle Embajadores. Era una casa molinera larga y estrecha, una de las muchas que abundaron en el barrio cuando la gente no sabía de alineaciones urbanísticas y se hacía con sus propias manos la casita o el modesto negocio.
Este de la taberna que nos ocupa la abrió en 1940 Martín González y aunque en principio lo llamó "Casa Martín", enseguida desplazó ese título a un segundo plano porque tuvo una hija, de nombre Rosina, a la que quiso rendir ese homenaje. Los padres de entonces no se daban cuenta de que una cantina no es un regalo adecuado para una niña recién nacida, pero Martín y su mujer, Francisca Lucas, estaban tan felices con el acontecimiento que no dudaron ni por un instante trasladar su dicha al letrero que había sobre la puerta, "Bar Rosina", que no era un bar aunque quedaba más fino que llamarlo taberna, cantina, tasca o figón.
Era, eso sí, un local amplio al que se accedía tras subir un par de escalones. A la izquierda había un mostrador de mármol con un surtidor del que manaba agua constantemente, dando una gratificante sensación de limpieza. Y desde él, como ocurría con los púlpitos que han sido jubilados de las iglesias, se dominaba el panorama de la clientela que jugaba al dominó o al tute o se tomaba un porrón con sardinas en alguna de las nueve mesas estratégicamente distribuidas por la sala. Asimismo tenía un reservado en el que además de servir comidas y meriendas, se reunían dos peñas, "La Alegría" y "Los Acacharrumbios", nombre casi impronunciable que se le ocurrió a alguien que apenas podía pronunciar nombre alguno. El vino, a veces, convierte la lengua en estropajo...
El "Rosina" tenía dos puertas, una a la Avenida de Segovia y otra a la Plaza del Carmen, donde estaba la iglesia y la casa parroquial. En el "Rosina" tenía también parada el autobús urbano de la empresa Carrión, así que los viajeros esperaban tanto en invierno como en verano dentro de la cantina, un plan más confortable que hacerlo en la calle.
En 1972 se hizo cargo del negocio Jesús González, el hijo de Martín, quien no tardó en derribar la vieja cantina que tantas historias guardaba para hacer una moderna cafetería muy cerca de allí, que acertadamente también se llama "Rosina", porque ese nombre trasciende del entorno familiar para formar parte de la memoria del barrio.
Este de la taberna que nos ocupa la abrió en 1940 Martín González y aunque en principio lo llamó "Casa Martín", enseguida desplazó ese título a un segundo plano porque tuvo una hija, de nombre Rosina, a la que quiso rendir ese homenaje. Los padres de entonces no se daban cuenta de que una cantina no es un regalo adecuado para una niña recién nacida, pero Martín y su mujer, Francisca Lucas, estaban tan felices con el acontecimiento que no dudaron ni por un instante trasladar su dicha al letrero que había sobre la puerta, "Bar Rosina", que no era un bar aunque quedaba más fino que llamarlo taberna, cantina, tasca o figón.
Componentes de la "Peña La Alegría", posando frente al Rosina
Era, eso sí, un local amplio al que se accedía tras subir un par de escalones. A la izquierda había un mostrador de mármol con un surtidor del que manaba agua constantemente, dando una gratificante sensación de limpieza. Y desde él, como ocurría con los púlpitos que han sido jubilados de las iglesias, se dominaba el panorama de la clientela que jugaba al dominó o al tute o se tomaba un porrón con sardinas en alguna de las nueve mesas estratégicamente distribuidas por la sala. Asimismo tenía un reservado en el que además de servir comidas y meriendas, se reunían dos peñas, "La Alegría" y "Los Acacharrumbios", nombre casi impronunciable que se le ocurrió a alguien que apenas podía pronunciar nombre alguno. El vino, a veces, convierte la lengua en estropajo...
El "Rosina" tenía dos puertas, una a la Avenida de Segovia y otra a la Plaza del Carmen, donde estaba la iglesia y la casa parroquial. En el "Rosina" tenía también parada el autobús urbano de la empresa Carrión, así que los viajeros esperaban tanto en invierno como en verano dentro de la cantina, un plan más confortable que hacerlo en la calle.
En 1972 se hizo cargo del negocio Jesús González, el hijo de Martín, quien no tardó en derribar la vieja cantina que tantas historias guardaba para hacer una moderna cafetería muy cerca de allí, que acertadamente también se llama "Rosina", porque ese nombre trasciende del entorno familiar para formar parte de la memoria del barrio.
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