Retrato de el Empecinado (Goya) |
Si Juan Martín Díaz el «Empecinado» resulta ser el más egregio de los guerrilleros vallisoletanos la verdad es que, durante la Guerra de la Independencia, luchó poco, muy poco en Valladolid. Pero no sería justo comenzar sin detenerse en su figura objeto de síntesis (Mateo Martinez) y monografías extensas (Cassinello Pérez, Hernández Girbal) difíciles de superar.
Nacido el 2 de septiembre de 1775, en la localidad vitícola de Castrillo de Duero, e hijo de labrador, en nuestro héroe despertaría una temprana vocación castrense que le impelió a fugarse para acudir a sentar plaza en el cercano Peñafiel, de donde fue de inmediato recogido por sus progenitores, quienes hicieron constar al encargado la corta edad (16 años) del recluta. Apenas año y medio més tarde, fallecido su padre, Juan Martín volvió a alistarse, participando en la guerra contra la Convención (1793-1795).
Terminado el conflicto, se licencia, regresa a Castilla y, contraído matrimonio, transcurrieron años de vida silenciosa en Fuentecén. Antes del alzamiento nacional de mayo/junio de 1808, el «Empecinado», conduciendo una pequeña partida, interceptó a varios estafetas franceses en la carretera de Burgos a Madrid, engrosando la lista de aquéllos que quieren, o pueden, atribuirse el disputado título de «primer guerrillero castellano».
Seguidamente, aunque no existan pruebas, Juan Martín, participaría en las batallas de Cabezón y del Moclin (12 de junio y 14 de julio de 1808). Escapado sano y salvo de ambas derrotas, reorganiza la partida, con la cual, durante lo que resta de año, hostiga a las tropas napoleónicas que se mueven entre Valladolid y Burgos. A fin de enganchar voluntarios a su grupo, garantiza el cobro de jornal diario, no soldada -puntualiza Gémez de Arteche-, a quienes se le unan. Durante este tiempo continúa en relación con su provincia natal, remitiendo a Peñafiel los prisioneros que hace en territorios próximos, para que sean enviados a los depósitos del sudeste del país.
Fijémonos en el retrato literario que de «El Empecinado» traza Galdés: «Era don Juan Martín un Hércules; de estatura poco más que mediana, organización hecha para la guerra, persona de considerable fuerza muscular, cuerpo de bronce. que encerraba la energía, la actividad, la resistencia, la contumacia... Su semblante moreno amarillento, color propio de los castellanos asoleados y curtidos. Expresaba aquellas cualidades. Sus facciones eran más bien hermosas que feas, los ojos vivos, y el pelo aplastado con desorden sobre la frente, se juntaba a las cejas. El bigote se unía a las cortas patillas, dejando la barba limpia de pelo, afeite a la rusa que ha estado muy en boga entre guerrilleros, y que más tarde usaron Zumalacárregi y otros jefes carlistas.
Casa natal de El Empecinado en Castrillo de Duero |
Envolviase en un capote azul que apenas dejaba ver los distintivos de su jerarquía militar, y su vestir era, en general, desaliñado y tosco, guardando armonía con lo brusco de sus modales. En el hablar era tardo y torpe, pero expresivo... tenía empeño en despreciar las formas cultas, suponiendo condición frivola y adamada en todos los que no eran modelo de rudeza primitiva. .. Poseía un alto grado de genio de la pequeña guerra, y después de Mina, que fue el Napoleón de las guerrillas, no hubo otro en España ni tan activo ni de tanta suerte. . .».
En el otoño de 1809, la guerrilla de Juan Martín sale de Castilla la Vieja colocándose al servicio de la Junta de Guadalajara. El «Empecinado» no volverá aparecer por Valladolid hasta finalizado el conflicto.
Aquí, su último hecho de armas ocurrió cerca de Pedrosa del Rey, el 20 de agosto de 1809. Los guerrilleros atacaron una columna enemiga compuesta de infantería y caballería, entablándose un choque feroz, con la consiguiente persecución.
El caudillo, herido de sable en el brazo y costado izquierdo, es llevado a Pollos, donde, curado por un galeno de Tordesillas, se recupera sin problemas. Casi repuesto marcha a Castrillo, con el propósito de visitar a familiares y amigos. Cuatro días estuvo en el pueblo, sin que los franceses llegasen a tener la menor noticia. Aquellos vecinos que el año anterior habían robado en el domicilio de su madre, y enviado al general Cuesta un escrito en que le presentaban como un verdadero forajido, provocando su entrega al afrancesado alcalde de Burgo de Osma, son sacados a la fuerza de sus escondites y puestos en presencia del guerrillero, que declara no albergar deseos de venganza, invitándoles a comer con los suyos. Tras esta estancia. el «Empecinado» se despide, por mucho tiempo, de Valladolid.
Fuente: ¡Nos invaden! Guerrilla y represión en Valladolid durante la Guerra de la Independencia Española. 1808-1814. Jorge Sánchez Fernández
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