“La muerte reciente del genial cineasta activa mi memoria y me lleva a recordar la primavera de 1954 cuando yo le conocí, aquí, en mi ciudad, Valladolid”: con estas palabras comienza el artículo que Miguel Delibes dedicó a Orson Welles dos meses y medio después de su muerte (10 de octubre de 1985), a cuyas órdenes trabajó como figurante en el embrollado rodaje de Mr. Arkadin.
Recalaba en Valladolid quien después sería considerado como mejor director de la historia del cine, dispuesto a rodar una mascarada durante los años en los que el régimen franquista mantenía su férrea prohibición del Carnaval y, para mayor escarnio, rodeado de “santos de madera” –pues el escenario elegido era el Colegio de San Gregorio-, como los describió Delibes en su artículo.
Aunque el choque con una censura moralista parecía inevitable, el primer desafío al que se enfrentó “el monstruo” –así le apoda el escritor vallisoletano hasta en cinco ocasiones- fue, precisamente, el contrario: las ganas de juerga de los casi 300 figurantes. Eran, en su mayoría, jóvenes universitarios que no habían conocido las fiestas de Don Carnal, sepultadas bajo una estricta legislación desde hacía 18 años, a quienes “ni el mismo genio conseguía meter en cintura”.
El célebre figurante describe un rodaje anárquico, de órdenes desoídas y un caótico trasiego que tuvo como resultado un “abigarrado carnaval de época”. Las escenas se rodaron en el patio interior, donde se recreaba un baile de máscaras, y en la escalera que da acceso al primer piso, por la que se suponía que debían salir unos, entrar otros; aunque a los extras, alborotados y excitados, les costó entender que cada uno debía moverse según lo delimitado para “evitar empellones y taponamientos”. Un furibundo Welles fumaba un habano tras otro, gesticulaba y gritaba en un incomprensible inglés. “Nos hizo repetir la escena más de quince veces”, recuerda Delibes.
“Aquella noche memorable se evidenciaron dos cosas: que un bocadillo de jamón y diez duros eran insuficientes para meter en disciplina a un extra español y que Orson Welles, el genio, cuyas películas parecían fluir de un modo natural y hasta espontáneo, era un director puntilloso, exigente, muy alejado de cualquier improvisación”.
El rodaje de Mr. Arkadin pronto recibió zancadillas desde fuera del Colegio de San Gregorio. Una “sonada polémica” se cernió a través de sus muros, encabezada por el académico de la lengua Federico García Sanchís y su polémica carta abierta a Welles, en la que denuncia el “peligro material” al que fue expuesto el edificio y el uso de “disfraces de religiosos con cabeza de paquidermo”, llegando a sentenciar que la distribución de estas imágenes “nos perjudicaría en mayor grado que el que se hubiera usted adherido a un manifiesto de los rojos internacionales”.
No debía de ser Welles bien visto por el régimen, pese a la fama de genio que le precedía, después de su defensa de la República Española en el documental The Spanish Earth y en su propio programa de radio.
La polémica suscitada fue tal que la productora decidió adelantarse a la censura y eliminar las escenas de Valladolid. Ni la fachada del Colegio de San Gregorio aparecía en el estreno de la cinta, como se lamentaba Delibes en su artículo, aunque sí figuran en las copias actuales.
Welles no permaneció en Valladolid para rodar, como estaba previsto, las escenas de la Semana Santa. Después del escarnio público se fue a Cannes. Sin embargo, la fascinación que sentía por España hizo que “el monstruo” aparcase sus diferencias para emprender el rodaje de En la tierra de Don Quijote.
Comentarios