En la época en la que Valladolid era Corte, entre 1601 y 1606, habitaba el palacio sito en lo que es la actual Casa Revilla, Don Juan de Idiáquez, Presidente del Conséjo de Órdenes. En aquella época entró a su servicio un mozo jóven llamado Francisco Loyola, mozo que resultó ser una muchacha huida de un convento de monjas de Vitoria, que se llamaba Catalina de Erauso y que fue conocida en su vida militar como "la monja alférez". Después de peregrinar por varias ciudades se embarcó en San Lucar de Barrameda rumbo a América, donde acabó enroládose en el ejército después de varios lances pendencieros y desapareció al desembarcar en Veracruz. Se conoce una autobiografía titulada Historia de la Monja Alférez Doña Catalina de Erauso, escrita por ella misma, que algunos han considerado apócrifa. Este es el párrafo en el que relata su estancia en Valladolid:
"Entrado en Valladolid, donde estaba entonces la Corte, me acomodé en breve por el paje de don Juan de Idiáquez, secretario del rey, el cual me vistió luego bien. Allí me llamé Francisco Loyola y estuve bienhallado siete meses. Al cabo de ellos, estando una noche a la puerta con otro paje compañero, llegó mi padre, preguntándonos si estaba en casa el señor don Juan. Respondió mi compañero que sí. Dijo mi padre que le avisase que estaba él allí, y subió el paje, quedándome yo con mi padre, sin hablarnos palabra ni él conocerme. Volvió el paje, diciendo que subiese, y subió, yendo yo tras de él. Salió con Juan a la escalera, y, abrazándole, dijo: «¡Señor capitán, qué buena venida es ésta!» Mi padre habló de modo que él conoció que traía disgusto, y despidiendo una visita con que estaba, volvió y sentáronse, preguntándole qué había de nuevo. Mi padre dijo cómo se le había ido del convento aquella muchacha, y esto le traía por los contornos en su busca. Don Juan mostró sentirlo mucho, por el disgusto de mi padre y por lo que a mí me quería, y de otra parte, por aquel convento, de donde él era patrono por fundación de sus pasados, y por lo que tocaba a aquel lugar, de donde era él natural. Yo, que oí la conversación y sentimiento de mi padre, salime atrás y fuime a mi aposento. Cogí mi ropa y salí, llevándome cosa de ocho doblones con que me hallaba, y fuime a un mesón, donde dormí aquella noche y donde entendí a un arriero que partía por la mañana a Bilbao. Ajusteme con él, y partimos a otro día, sin saberme yo qué hacer ni adónde ir, sino dejarme llevar del viento como una pluma."
"Entrado en Valladolid, donde estaba entonces la Corte, me acomodé en breve por el paje de don Juan de Idiáquez, secretario del rey, el cual me vistió luego bien. Allí me llamé Francisco Loyola y estuve bienhallado siete meses. Al cabo de ellos, estando una noche a la puerta con otro paje compañero, llegó mi padre, preguntándonos si estaba en casa el señor don Juan. Respondió mi compañero que sí. Dijo mi padre que le avisase que estaba él allí, y subió el paje, quedándome yo con mi padre, sin hablarnos palabra ni él conocerme. Volvió el paje, diciendo que subiese, y subió, yendo yo tras de él. Salió con Juan a la escalera, y, abrazándole, dijo: «¡Señor capitán, qué buena venida es ésta!» Mi padre habló de modo que él conoció que traía disgusto, y despidiendo una visita con que estaba, volvió y sentáronse, preguntándole qué había de nuevo. Mi padre dijo cómo se le había ido del convento aquella muchacha, y esto le traía por los contornos en su busca. Don Juan mostró sentirlo mucho, por el disgusto de mi padre y por lo que a mí me quería, y de otra parte, por aquel convento, de donde él era patrono por fundación de sus pasados, y por lo que tocaba a aquel lugar, de donde era él natural. Yo, que oí la conversación y sentimiento de mi padre, salime atrás y fuime a mi aposento. Cogí mi ropa y salí, llevándome cosa de ocho doblones con que me hallaba, y fuime a un mesón, donde dormí aquella noche y donde entendí a un arriero que partía por la mañana a Bilbao. Ajusteme con él, y partimos a otro día, sin saberme yo qué hacer ni adónde ir, sino dejarme llevar del viento como una pluma."
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