El linchamiento de Miguel Ceballos

Las turbas enfurecidas acabaron con la vida del comandante Ceballos
en las inmediaciones del Campo Grande

Por Celso Almuiña Fenández
Durante la invasión napoleónica y cuando ya se tienen noticias –muy alarmistas- acerca del ejército francés, que al mando de Lassale, se encamina desde Burgos a Valladolid, cometiendo una serie de tropelías, tiene lugar el día 9 de junio de 1808 el linchamiento de Ceballos. Claro exponente de la exaltación popular, corroboración y aviso al mismo tiempo para todo el que fuese tachado de “traidor”.
Aunque el caso Ceballos aparece recogido en todo tipo de crónicas e historias, es Sangrador quien con más realismo y dramatismo narra los hechos (mientras las tropas vallisoletanas se dirigen hacia Cabezón):
“se mancilló el glorioso alzamiento de Valladolid con un horrendo y abominable asesinato, cuya memoria será siempre un feo lunar en la bien adquirida reputación de sensatez y cordura que siempre ha distinguido a esta pacífica ciudad. Don Miguel de Ceballos, director del colegio de Artillería de Segovia no pudiendo resistir con ventaja a las tropas francesas (mandadas por el general Frere) se vio en la precisión de abandonar aquella ciudad, dejándola a merced de los enemigos.
Al llegar Ceballos a las inmediaciones del pueblo de Carbonero fue hecho prisionero por los paisanos, quienes atribuyéndole la pérdida de Segovia le condujeron con toda la familia a Valladolid (residencia del Capitán General).

El Vía Crucis de Miguel Ceballos

Entró en esta población por el Portillo de la Merced a las seis de la tarde del día 9; mas al desembocar por el callejón de los Toros del Campo Grande, fue reconocido por algunos curiosos que había en aquel sitio, con motivo de la instrucción de los nuevos alistados, y a las voces que éstos dieron de muera el traidor (fatídico calificativo y en boca de los nuevos alistados) una nube de piedras disparadas por la muchedumbre le precipitan del caballo en que venía montado; al verle en tierra le acometen por todas partes, sin ser bastante a contenerla los esfuerzos que hacían los paisanos que a su mando venían custodiándole. En vano el presbitero Prieto trata de liberar a la víctima de las feroces manos de la sanguinarias turbas pidiendo confesión para aquel desventurado caballero; pues aunque logró con éste religioso pretexto retirarse con el acongojado Ceballos al portal de una casa, fue invadido aquel último asilo por un soldado portugués que entrando precipitadamente, sin poder aquel piadoso clérigo impedirlo, atravesó con la bayoneta su ensangrentado cuerpo.
A un alarido de aquella desordenada plebe, se arrojaron sobre aquel lívido cadáver del infortunado Ceballos y le llevaron arrastrando por la calle Santiago, distinguiéndose particularmente en este asesinato, por su crueldad mujeres despreciables que aún pudieran señalarse por sus nombres.



Otra escena no menos triste se representaba en el coche donde venía la familia Ceballos; su desconsolada esposa, en su mortal congoja, pedía con lastimero acento venganza al Cielo por tan enorme crimen, más tan justas quejas fueron reprimidas por los insultos del despiadado populacho que rodeaba al coche, y que no satisfecho con la sangre vertida intentaba derramar otra más inocente que la primera. Personas de influencia interpusieron su mediación, y a duras penas pudieron arrancar el coche del sitio de la catástrofe y conducirle con seguridad a las Casas Consistoriales”.
Algún otro aspecto complementario sería la rapiña del populacho: le dejaron en medio de la calle (algunos aventuran que le echaron al río), “habiéndole recogido el vestido y porción de onzas de oro que el traía contadas”.
Este execrable linchamiento, puede servirnos para conocer el grado de exaltación del pueblo vallisoletano (y portugueses) y la hipersensibilidad reinante en el ambiente hacia los “traidores”.

-Fuente: Historia de Valladolid (Valladolid en el siglo XIX). ISBN: 84-398-4289-9

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