En 1949, se instaló en la vallisoletana plaza de Fuente Dorada una escultura de fundición que representaba al dios griego Hermes, a la que con el tiempo se otorgó el mote de Don Purpurino, «por haberse tenido la poca feliz idea de repintarla con purpurina», según cuenta Juan Agapito y Revilla en su libro Arquitectura y urbanismo del antiguo Valladolid.
Esta figura procedía del patrimonio de la familia del marqués de Casa Pombo, propietaria del conocido Palacio Villena, un edificio renacentista, construido por Francisco de Salamanca a mediados del siglo XVI y situado frente al Colegio de San Gregorio, donde había ocupado una hornacina del zaguán.
En seguida la escultura iba a ser vícitma de los prejuicios morales, repitiéndose una historia similar a la que conociera años antes la alegoría femenina de la Acera de Recoletos. Todo empezó desde el mismo momento en que fue instalada y culminó cuando, para mantener la tradición del nombre de la plaza, la escultura férrea de Hermes fue pintada de color dorado. El caso es que desde los ángulos de vista laterales de tan llamativa figura la posición del caduceo insinuaba una erección fálica, dando lugar a un perfil que pronto se convirtió en objeto de escándalo, chanza, burlas y continuos comentarios de los vecinos, que tomando a guasa la escultura tras su repinte metálico comenzaron a denominarla en tono jocoso Don Purpurino.
Los tres años que permaneció sobre el pedestal fue blanco de severas opinones puritanas. Como consecuencia, en 1953, la escultura, con un pergamino enrollado en la mano izquierda y una antorcha en la derecha, fue cedida a Tamariz de Campos, por mediación de su alcalde, Alberto Pastor, que la colocó presidiendo una fuente situada en el Corro de San Antón de aquella localidad.
Esta figura procedía del patrimonio de la familia del marqués de Casa Pombo, propietaria del conocido Palacio Villena, un edificio renacentista, construido por Francisco de Salamanca a mediados del siglo XVI y situado frente al Colegio de San Gregorio, donde había ocupado una hornacina del zaguán.
En seguida la escultura iba a ser vícitma de los prejuicios morales, repitiéndose una historia similar a la que conociera años antes la alegoría femenina de la Acera de Recoletos. Todo empezó desde el mismo momento en que fue instalada y culminó cuando, para mantener la tradición del nombre de la plaza, la escultura férrea de Hermes fue pintada de color dorado. El caso es que desde los ángulos de vista laterales de tan llamativa figura la posición del caduceo insinuaba una erección fálica, dando lugar a un perfil que pronto se convirtió en objeto de escándalo, chanza, burlas y continuos comentarios de los vecinos, que tomando a guasa la escultura tras su repinte metálico comenzaron a denominarla en tono jocoso Don Purpurino.
El impúdico perfil de Don Purpurino propició, finalmente su destierro municipal. Fotografía obtenida de la web http://domuspucelae.blogspot.com
Los tres años que permaneció sobre el pedestal fue blanco de severas opinones puritanas. Como consecuencia, en 1953, la escultura, con un pergamino enrollado en la mano izquierda y una antorcha en la derecha, fue cedida a Tamariz de Campos, por mediación de su alcalde, Alberto Pastor, que la colocó presidiendo una fuente situada en el Corro de San Antón de aquella localidad.
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