A mediados del siglo XX comenzó a debilitarse una antigua superstición vallisoletana que, convertida en tabú, se había mantenido en torno al Teatro Zorrilla desde el mismo momento en que fue construido por el arquitecto Joaquín Ruíz Sierra en 1884.
Según el testimonio de personas que vivieron en años precedentes a 1950, sobre el teatro, que había sido levantado encima de las ruinas del que fuera desde la Edad Media el mayor complejo conventual franciscano de Valladolid, pesaba una maldición: en el momento en que el aforo del teatro fuese ocupado por completo, la sala sería pasto de las llamas.
La idea caló como consecuencia del sentimiento de profanación que suponía haber convertido un espacio sagrado, con enterramientos incluidos, en una sala destinada a espectáculos mundanos y de variedades. Hoy día, el temor producido por aquellas creencias puede producir cierta hilaridad, pero lo cierto es que, en actitud preventiva, durante décadas en la taquilla del teatro, incluso después de que en la sala se inaugurara el 16 de octubre de 1930 el cine sonoro en Valladolid, se estuvo evitando la venta de determinadas butacas para no tentar a la fatídica amenaza, tan irracional como fantástica.
Es posible que sobre estos temores, en parte fundados en el riesgo de los modos de iluminación, del atrezzo y de los endebles materiales constructivos del teatro decimonónico, pesara el recuerdo de una vieja leyenda que tuvo por escenario justamente ese lugar, un caso alucinante protagonizado por legiones de diablos en las dependencias de aquel enorme convento de San Francisco.
Siguiendo una costumbre implantada desde el siglo XIII, fue habitual la realización de enterramientos en el interior de los templos y conventos que, en el caso del mencionado San Francisco de Valladolid, llegaron a ocupar todas las capillas de la iglesia y del claustro, apareciento el suelo repleto de un vasto conjunto de losas con sus correspondientes inscripciones. Junto a los enterramientos de frailes franciscanos, aparecieron otros pertenecientes a distintos linajes que compraban sus capillas funerarias con deseo de prestigio social e inmortalidad, no faltando la presencia de sepulcros de algunos miembros de la familia de Enrique II, con lo que el templo adquirió, de alguna forma, cierto rango de panteón real.
Entre las sepulturas del pavimento, dos de ellas, que representaban a un hombre y una mujer, llamaban la atención por carecer de inscripción significativa. En torno a una de ellas se forjó, a principios del siglo XVII, la leyenda del Convento de San Francisco, cuyo protagonista es un celebre jurista cuyo nombre se ignoró en las crónicas, posiblemente debido al impactante suceso ocurrido tras su óbito. Pero esta historia la conoceremos en un posterior artículo.
-Fuente: El Sepulcro del Conde Ansúrez y otras historias desconocidas de Valladolid. (Elefantus Books. SE-8416-2010)
Según el testimonio de personas que vivieron en años precedentes a 1950, sobre el teatro, que había sido levantado encima de las ruinas del que fuera desde la Edad Media el mayor complejo conventual franciscano de Valladolid, pesaba una maldición: en el momento en que el aforo del teatro fuese ocupado por completo, la sala sería pasto de las llamas.
La idea caló como consecuencia del sentimiento de profanación que suponía haber convertido un espacio sagrado, con enterramientos incluidos, en una sala destinada a espectáculos mundanos y de variedades. Hoy día, el temor producido por aquellas creencias puede producir cierta hilaridad, pero lo cierto es que, en actitud preventiva, durante décadas en la taquilla del teatro, incluso después de que en la sala se inaugurara el 16 de octubre de 1930 el cine sonoro en Valladolid, se estuvo evitando la venta de determinadas butacas para no tentar a la fatídica amenaza, tan irracional como fantástica.
Es posible que sobre estos temores, en parte fundados en el riesgo de los modos de iluminación, del atrezzo y de los endebles materiales constructivos del teatro decimonónico, pesara el recuerdo de una vieja leyenda que tuvo por escenario justamente ese lugar, un caso alucinante protagonizado por legiones de diablos en las dependencias de aquel enorme convento de San Francisco.
Siguiendo una costumbre implantada desde el siglo XIII, fue habitual la realización de enterramientos en el interior de los templos y conventos que, en el caso del mencionado San Francisco de Valladolid, llegaron a ocupar todas las capillas de la iglesia y del claustro, apareciento el suelo repleto de un vasto conjunto de losas con sus correspondientes inscripciones. Junto a los enterramientos de frailes franciscanos, aparecieron otros pertenecientes a distintos linajes que compraban sus capillas funerarias con deseo de prestigio social e inmortalidad, no faltando la presencia de sepulcros de algunos miembros de la familia de Enrique II, con lo que el templo adquirió, de alguna forma, cierto rango de panteón real.
Entre las sepulturas del pavimento, dos de ellas, que representaban a un hombre y una mujer, llamaban la atención por carecer de inscripción significativa. En torno a una de ellas se forjó, a principios del siglo XVII, la leyenda del Convento de San Francisco, cuyo protagonista es un celebre jurista cuyo nombre se ignoró en las crónicas, posiblemente debido al impactante suceso ocurrido tras su óbito. Pero esta historia la conoceremos en un posterior artículo.
-Fuente: El Sepulcro del Conde Ansúrez y otras historias desconocidas de Valladolid. (Elefantus Books. SE-8416-2010)
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