El protagonista de esta historia es un célebre jurista cuyo nombre se ignoró en las crónicas, posiblemente debido al impactante suceso ocurrido tras su óbito.
Como era costumbre para las honras fúnebres del juez que había sido enterrado algunos días antes en la iglesia de San Francisco, se encargó a un fraile franciscano del convento la redacción de un discurso como panegírico que ensalzara sus virtudes. Así, el fraile se encerró en la biblioteca conventual para recabar datos y dar forma al escrito. Allí permanecía cada día hasta la llegada de la medianoche, rodeado de libros y legajos de los que extraía notas con dificultad a la luz de las velas, en un momento en que la ciudad estaba sumida en la más profunda oscuridad.
Una noche, estando el fraile ocupado en ultimar la recopilación de datos, escuchó las notas desafinadas de una trompeta y un estrépito de voces que rápidamente se aproximaban a la biblioteca. Extrañado y aterrado por algo tan poco habitual en el silencioso recinto, se escondió apresuradamente detrás de unas pilas de libros colocadas bajo unos estantes repletos de papeles donde, sin respirar, contempló cómo se abría la puerta de la librería y entraba un tumultuoso cortejo de personajes enlutados, de rostros horribles, presididos por el propio Lucifer, que con un terrible aspecto diabólico ejercía su autoridad.
Este se sentó en el sillón que había ocupado el fraile instantes antes y, con voz seca y autoritaria, ordenó que fuera conducido ante él el alma del jurista, el mismo personaje para el que el fraile confeccionaba el discurso.
Conteniendo el aliento, el franciscano pudo comprobar cómo seguidamente llegaba el alma del juez encadenada y arrastrada por horrendos demonios y cómo, una vez en la sala, su figura aparecía rodeada de sofocantes llamaradas. Los enlutados se dispusieron a los lados, del mismo modo que los miembros de un tribunal judicial, ocupando la autoridad infernal el puesto de presidente.
Ceremoniosamente éste solicitó. “lea uno de vosotros el proceso y la sentencia que contra éste ha dado la Majestad de Dios”. Uno de los enlutados desplegó un largo rollo de pergamino y comenzó a leer una lista de pecados, injusticias y delitos cometidos por el jurista tanto en su vida privada como profesional.
Acabada la lectura, se escuchó la sentencia de boca del terrible juez, que le condenaba a la pena perpetua del infierno en cuerpo y alma.
Entonces surgió un problema que fue expresado por uno de los malignos, pues mientras el alma estaba allí presente y cautiva, el cuerpo permanecía en la sepultura y aún conservaba en la boca la Sagrada Forma que había recibido en los últimos momentos de su vida para reconfortarle, convertida en una defensa contra el mal que impedía que los diablos pudiesen tocar directamente la cuerpo del juez. Esto hizo fruncir el ceño a Lucifer que, mientras en actitud pensante recorría con su mirada las estanterías de la biblioteca, descubrió la presencia del aterrado fraile bajo una de ellas.
Empujado por dos de los enlutados, el fraile fue conducido al centro de la sala y colocado junto al alma de jurista. Allí, le ordenó con rotundidad que en el discurso que estaba preparando relatara todo lo que estaba presenciando, sin omitir detalle, para que la gente conociera realmente cómo había sido aquel funcionario. Poco después, el fraile bajó a la iglesia conducido por los numerosos demonios que habían protagonizado el juicio, que levantaron la losa de la sepultura y sacaron con esfuerzo, puesto que no le podían tocar, el humeante cuerpo del juez… (ir la la parte 2)
-Fuente: http://domuspucelae.blogspot.com
Como era costumbre para las honras fúnebres del juez que había sido enterrado algunos días antes en la iglesia de San Francisco, se encargó a un fraile franciscano del convento la redacción de un discurso como panegírico que ensalzara sus virtudes. Así, el fraile se encerró en la biblioteca conventual para recabar datos y dar forma al escrito. Allí permanecía cada día hasta la llegada de la medianoche, rodeado de libros y legajos de los que extraía notas con dificultad a la luz de las velas, en un momento en que la ciudad estaba sumida en la más profunda oscuridad.
Una noche, estando el fraile ocupado en ultimar la recopilación de datos, escuchó las notas desafinadas de una trompeta y un estrépito de voces que rápidamente se aproximaban a la biblioteca. Extrañado y aterrado por algo tan poco habitual en el silencioso recinto, se escondió apresuradamente detrás de unas pilas de libros colocadas bajo unos estantes repletos de papeles donde, sin respirar, contempló cómo se abría la puerta de la librería y entraba un tumultuoso cortejo de personajes enlutados, de rostros horribles, presididos por el propio Lucifer, que con un terrible aspecto diabólico ejercía su autoridad.
Este se sentó en el sillón que había ocupado el fraile instantes antes y, con voz seca y autoritaria, ordenó que fuera conducido ante él el alma del jurista, el mismo personaje para el que el fraile confeccionaba el discurso.
Conteniendo el aliento, el franciscano pudo comprobar cómo seguidamente llegaba el alma del juez encadenada y arrastrada por horrendos demonios y cómo, una vez en la sala, su figura aparecía rodeada de sofocantes llamaradas. Los enlutados se dispusieron a los lados, del mismo modo que los miembros de un tribunal judicial, ocupando la autoridad infernal el puesto de presidente.
Ceremoniosamente éste solicitó. “lea uno de vosotros el proceso y la sentencia que contra éste ha dado la Majestad de Dios”. Uno de los enlutados desplegó un largo rollo de pergamino y comenzó a leer una lista de pecados, injusticias y delitos cometidos por el jurista tanto en su vida privada como profesional.
Acabada la lectura, se escuchó la sentencia de boca del terrible juez, que le condenaba a la pena perpetua del infierno en cuerpo y alma.
Entonces surgió un problema que fue expresado por uno de los malignos, pues mientras el alma estaba allí presente y cautiva, el cuerpo permanecía en la sepultura y aún conservaba en la boca la Sagrada Forma que había recibido en los últimos momentos de su vida para reconfortarle, convertida en una defensa contra el mal que impedía que los diablos pudiesen tocar directamente la cuerpo del juez. Esto hizo fruncir el ceño a Lucifer que, mientras en actitud pensante recorría con su mirada las estanterías de la biblioteca, descubrió la presencia del aterrado fraile bajo una de ellas.
Empujado por dos de los enlutados, el fraile fue conducido al centro de la sala y colocado junto al alma de jurista. Allí, le ordenó con rotundidad que en el discurso que estaba preparando relatara todo lo que estaba presenciando, sin omitir detalle, para que la gente conociera realmente cómo había sido aquel funcionario. Poco después, el fraile bajó a la iglesia conducido por los numerosos demonios que habían protagonizado el juicio, que levantaron la losa de la sepultura y sacaron con esfuerzo, puesto que no le podían tocar, el humeante cuerpo del juez… (ir la la parte 2)
-Fuente: http://domuspucelae.blogspot.com
Comentarios
Saludos:)