A lo largo de los siglos, el progresivo desarrollo demográfico agravará la falta de espacio en las ciudades, facilitando el que éstas procedan al derribo de sus murallas en busca de espacio sobre el que expanderse.
En Valladolid las últimas murallas se construyen en el siglo XVII. Comprendía el recinto la zona edificada y tuvo cuatro puertas, agregándose luego cinco portillos. No se destruyen posteriormente por falta de espacio sino que paulatinamente van cayendo; en 1944, cuando Narciso Alonso Cortés evoca el estado de la ciudad cien años antes, dice que “tenía el recinto cuatro puertas, aunque claro es ya no había murallas”, ello viene ratificado por un documento de 1850, encontrado en el archivo municipal, en el que se da la relación “del estado en que se hallan las cercas y murallas del resguardo de esta ciudad”, en él se ve con claridad que lo que quedaba apenas se podía denominar muralla.
A lo largo de esta segunda mitad de siglo se procederá a la demolición de las puertas y portillos todavía existentes. De 1858 es el expediente sobre el derribo de las Puertas del Puente Mayor. La causa a la que se aduce es fundamentalmente su mal estado y que carecía de utilidad alguna su permanencia allí.
A este le sigue el arco de Santiago, cuyo derribo será más conflictivo puesto que en palabras de Alonso Cortés, “podía calificarse del más vallisoletano”. Se había construido en 1626, en sustitución de la primitiva puerta del Campo, en la calle Santiago entre las antiguas de Alfareros y Boariza (Mª de Molina). Era de estilo greco-romano pero sin gran mérito artístico; tenía en la parte alta y sobre el arco una hornacina rectangular, con la efigie de San Miguel Arcángel, por la parte del Campo Grande y por la calle Santiago una imagen de la Virgen.
En 1861 comienzan las primeras dificultades a causa del obstáculo que suponía para la circulación de carruajes al estar en sitio tan céntrico. El 14 de Enero de este año se recibe en el Ayuntamiento un informe del Regidor D. Martín Sanz en el que se propone o la construcción de dos arcos laterales para que puedan pasar los peatones y si no es viable esto que se demoliera.
A raíz de esto se pide consejo a Bellas Artes y se recogen opiniones de vecinos dando su parecer; en un principio predomina la opinión negativa, defendida por la Hermandad de Nuestra Señora de San Lorenzo y por un número considerable de vecinos, piden no se estime el proyecto de demolición y se respete el arco “como monumento de decoración arquitectónica, como recuerdo histórico y como edificio que sostiene en su cima una capilla dedicada al culto de la Virgen”.
A pesar de todo ello el arco se ve cada vez más como un obstáculo y en 1864 se recibe ya la R.O. autorizando su demolición. En sesión de 21 de mayo se lee para que se propongan los medios más a propósito para realizarlo; se pide al arquitecto Municipal que redacte las condiciones facultativas y económicas y una vez elaboradas, se aprueban en su totalidad en el mes de Junio.
Antes de proceder al derribo el Arzobispo da orden al párroco de la Iglesia de Santiago para que se haga cargo del modo más conveniente de las imágenes, gestiones que por el interés general popular que suscitaban vemos recogidas en el Norte de Castilla de estos días.
Una vez ultimadas todas estas cosas se derriba el arco con gran pesar del pueblo vallisoletano. No son pues exactas las fechas que da García-Valladolid de 1862 para el recuerdo del derribo y 1863 para el inicio de éste; como hemos visto no es hasta el año siguiente cuando se realizará.
Unos años después, en 1873, se demolerán las Puertas del Carmen, también llamadas de Madrid y algunos de los portillos construidos. Las razones son idénticas en todos ellos, la necesidad de facilitar el tránsito y en el caso de las Puertas del Carmen también el “dar ensanche y hermosear la población”.
La primera propuesta para el derribo de estas puertas es ya de 1854, junto al proyecto de construcción de una entrada en la nueva carretera de Madríd, se piensa también en el derribo de “todo el edificio de piedra que constituye la entrada por la carretera antigua, dejando sólo un portillo bien decorado”.
Ninguna de las dos cosas prospera, quizás porque siempre se habían considerado aquellas puertas, construídas en 1780, como las más notables y ricas en valor artístico de toda la ciudad.
Posteriormente vuelve a plantearse y el Ayuntamiento decide que se realice el derribo, resolviendo que se llevase a cabo mediante contrata. En Noviembre de 1873 la comisión de obras informa sobre la necesidad de que no se haga así “considerando que debe hacerse la demolición de las referidas puertas de suerte que se conserven las numerosas preciosidades artísticas que hoy ostentan en sus fachadas y esto no puede conseguirse fácilmente ejecutando la obre por contrata y sí por la administración.
Votado el dictamen se rechaza por una pequeña mayoría volviendo el asunto a la comisión para que redactase las condiciones a fin de contratar en subasta la demolición de las expresadas puertas.
La urgencia y la seguridad del Ayuntamiento respecto a la necesidad del derribo, contrasta con la prudencia de la Comisión de Monumentos Artísticos; ésta propone que el Ayuntamiento nombre unos representantes para estudiar conjuntamente las ventajas y los inconvenientes de esta obra, alegando un triple aspecto, científico, artístico y económico. Algunos concejales quieren desestimarlo, mientras otros apoyan el aplazamiento del derribo hasta que se vieran las razones que daba respecto al mérito histórico o artístico que las puertas pudiesen tener.
Es curioso resaltar que, aunque posteriormente se señale siempre el valor de estas puertas, así García.-Valladolid se lamenta del derribo “que no tuvo en cuenta ni respetó el inmenso valor artístico que representaban”, en aquel momento la mayoría de los concejales defiende que ni bajo el punto de vista, ni histórico tenían nada de notables, apoyándose para ello en testimonios de Matías Sangrador, “que solo cita el año que se construye sin referir nada acerca de su mérito” y de D. A.Ponz que, según exponen, al referirse a ella la ridiculiza en su construcción: “aunque es nueva no la hallé correspondiente a lo que piden estos edificios, así en la forma como en la robustez característica de las entradas de las ciudades. Encima corre un balaustre y antepecho que para nada ha de servir y en el medio han colocado una estatua de Su Majestad, lugar inapropiado para ella pues semejantes alturas sólo parecen figuras alegóricas”. De estos testimonios deducen que “hay que convenir en que vale muy poco y no merece la pena conservarla”, terminando por proponer su derribo por administración y cuanto antes posible.
Junto a su poco valor se señala también la necesidad “para poder hermosear la población por esta parte, haciendo de las afueras de las puertas un extenso boulevard como existe en otras poblaciones de importancia”.
No hay ninguna duda por tanto de la conveniencia de la obra y tras esta sesión se iniciará ya el derribo de estas puertas.
Como ya hemos señalado antes, también en este año se derriban las Puertas de Tudela, la puerta denominada de “La Feria” y el Portillo del Prado.
En Valladolid las últimas murallas se construyen en el siglo XVII. Comprendía el recinto la zona edificada y tuvo cuatro puertas, agregándose luego cinco portillos. No se destruyen posteriormente por falta de espacio sino que paulatinamente van cayendo; en 1944, cuando Narciso Alonso Cortés evoca el estado de la ciudad cien años antes, dice que “tenía el recinto cuatro puertas, aunque claro es ya no había murallas”, ello viene ratificado por un documento de 1850, encontrado en el archivo municipal, en el que se da la relación “del estado en que se hallan las cercas y murallas del resguardo de esta ciudad”, en él se ve con claridad que lo que quedaba apenas se podía denominar muralla.
A lo largo de esta segunda mitad de siglo se procederá a la demolición de las puertas y portillos todavía existentes. De 1858 es el expediente sobre el derribo de las Puertas del Puente Mayor. La causa a la que se aduce es fundamentalmente su mal estado y que carecía de utilidad alguna su permanencia allí.
A este le sigue el arco de Santiago, cuyo derribo será más conflictivo puesto que en palabras de Alonso Cortés, “podía calificarse del más vallisoletano”. Se había construido en 1626, en sustitución de la primitiva puerta del Campo, en la calle Santiago entre las antiguas de Alfareros y Boariza (Mª de Molina). Era de estilo greco-romano pero sin gran mérito artístico; tenía en la parte alta y sobre el arco una hornacina rectangular, con la efigie de San Miguel Arcángel, por la parte del Campo Grande y por la calle Santiago una imagen de la Virgen.
En 1861 comienzan las primeras dificultades a causa del obstáculo que suponía para la circulación de carruajes al estar en sitio tan céntrico. El 14 de Enero de este año se recibe en el Ayuntamiento un informe del Regidor D. Martín Sanz en el que se propone o la construcción de dos arcos laterales para que puedan pasar los peatones y si no es viable esto que se demoliera.
A raíz de esto se pide consejo a Bellas Artes y se recogen opiniones de vecinos dando su parecer; en un principio predomina la opinión negativa, defendida por la Hermandad de Nuestra Señora de San Lorenzo y por un número considerable de vecinos, piden no se estime el proyecto de demolición y se respete el arco “como monumento de decoración arquitectónica, como recuerdo histórico y como edificio que sostiene en su cima una capilla dedicada al culto de la Virgen”.
A pesar de todo ello el arco se ve cada vez más como un obstáculo y en 1864 se recibe ya la R.O. autorizando su demolición. En sesión de 21 de mayo se lee para que se propongan los medios más a propósito para realizarlo; se pide al arquitecto Municipal que redacte las condiciones facultativas y económicas y una vez elaboradas, se aprueban en su totalidad en el mes de Junio.
Antes de proceder al derribo el Arzobispo da orden al párroco de la Iglesia de Santiago para que se haga cargo del modo más conveniente de las imágenes, gestiones que por el interés general popular que suscitaban vemos recogidas en el Norte de Castilla de estos días.
Una vez ultimadas todas estas cosas se derriba el arco con gran pesar del pueblo vallisoletano. No son pues exactas las fechas que da García-Valladolid de 1862 para el recuerdo del derribo y 1863 para el inicio de éste; como hemos visto no es hasta el año siguiente cuando se realizará.
Unos años después, en 1873, se demolerán las Puertas del Carmen, también llamadas de Madrid y algunos de los portillos construidos. Las razones son idénticas en todos ellos, la necesidad de facilitar el tránsito y en el caso de las Puertas del Carmen también el “dar ensanche y hermosear la población”.
La primera propuesta para el derribo de estas puertas es ya de 1854, junto al proyecto de construcción de una entrada en la nueva carretera de Madríd, se piensa también en el derribo de “todo el edificio de piedra que constituye la entrada por la carretera antigua, dejando sólo un portillo bien decorado”.
Ninguna de las dos cosas prospera, quizás porque siempre se habían considerado aquellas puertas, construídas en 1780, como las más notables y ricas en valor artístico de toda la ciudad.
Posteriormente vuelve a plantearse y el Ayuntamiento decide que se realice el derribo, resolviendo que se llevase a cabo mediante contrata. En Noviembre de 1873 la comisión de obras informa sobre la necesidad de que no se haga así “considerando que debe hacerse la demolición de las referidas puertas de suerte que se conserven las numerosas preciosidades artísticas que hoy ostentan en sus fachadas y esto no puede conseguirse fácilmente ejecutando la obre por contrata y sí por la administración.
Votado el dictamen se rechaza por una pequeña mayoría volviendo el asunto a la comisión para que redactase las condiciones a fin de contratar en subasta la demolición de las expresadas puertas.
La urgencia y la seguridad del Ayuntamiento respecto a la necesidad del derribo, contrasta con la prudencia de la Comisión de Monumentos Artísticos; ésta propone que el Ayuntamiento nombre unos representantes para estudiar conjuntamente las ventajas y los inconvenientes de esta obra, alegando un triple aspecto, científico, artístico y económico. Algunos concejales quieren desestimarlo, mientras otros apoyan el aplazamiento del derribo hasta que se vieran las razones que daba respecto al mérito histórico o artístico que las puertas pudiesen tener.
Es curioso resaltar que, aunque posteriormente se señale siempre el valor de estas puertas, así García.-Valladolid se lamenta del derribo “que no tuvo en cuenta ni respetó el inmenso valor artístico que representaban”, en aquel momento la mayoría de los concejales defiende que ni bajo el punto de vista, ni histórico tenían nada de notables, apoyándose para ello en testimonios de Matías Sangrador, “que solo cita el año que se construye sin referir nada acerca de su mérito” y de D. A.Ponz que, según exponen, al referirse a ella la ridiculiza en su construcción: “aunque es nueva no la hallé correspondiente a lo que piden estos edificios, así en la forma como en la robustez característica de las entradas de las ciudades. Encima corre un balaustre y antepecho que para nada ha de servir y en el medio han colocado una estatua de Su Majestad, lugar inapropiado para ella pues semejantes alturas sólo parecen figuras alegóricas”. De estos testimonios deducen que “hay que convenir en que vale muy poco y no merece la pena conservarla”, terminando por proponer su derribo por administración y cuanto antes posible.
Junto a su poco valor se señala también la necesidad “para poder hermosear la población por esta parte, haciendo de las afueras de las puertas un extenso boulevard como existe en otras poblaciones de importancia”.
No hay ninguna duda por tanto de la conveniencia de la obra y tras esta sesión se iniciará ya el derribo de estas puertas.
Como ya hemos señalado antes, también en este año se derriban las Puertas de Tudela, la puerta denominada de “La Feria” y el Portillo del Prado.
--Fuente: Desarrollo urbanístico y arquitectónico de Valladolid (1851-1936). María Antonia Virgili Blanquet.
Comentarios
El progreso... mal entendido.
Un saludo.