Hubo un reloj anterior encargado por la Universidad de Valladolid a Juan de Pedregal en 1579. Las autoridades académicas vallisoletanas pusieron como condición que diera las medias horas con sones semejantes a los del reloj de la Universidad de Salamanca, apareciendo tres carnerillos igual que el reloj de Medina del Campo y con una calidad semejante a la del reloj que se había fabricado para el Colegio de los Jesuitas de Valladolid. El reloj de la universidad salmantina había sido construido en 1503 por fray Francisco de Salamanca, causando admiración sus toques de horas y del de la Colegiata de San Antolín de Medina del Campo aún se conservan sus autómatas, lo que justificaba estas referencias.
El reloj de la Universidad de Valladolid siguió funcionando con ciertas mejoras y, al menos desde 1768, se habían incorporado al mismo una serie de leones articulados de madera que movían sus cabezas, además de varias campanillas y estrellas metálicas, quizás sustituyendo a los carnerillos del siglo XVI.
A parte de las cercanas referencias citadas, el antiguo reloj vallisoletano respondía a un modelo común en el siglo XVI, que destacaba en iglesias y ayuntamientos. Su precisión no era muy alta –el ejemplo más perfecto era el reloj astronómico de Juanelo Turriano, que apreciaba como máximo 5 minutos- pero los toques de las horas y las medias eran suficientes para regular la vida de esa época. Más llamativos eran los autómatas que acompañaban al sonido de las horas en algunos relojes. Pero la mejora de la relojería a partir del siglo XVIII, dejaría atrás los viejos mecanismos, que se fueron sustituyendo por otros más precisos, aunque conservando en algunos casos los autómatas y las campanas. Algo así ocurrió con el reloj de la Universidad de Valladolid.
Según ha publicado María José Redondo, el reloj de la Universidad había dejado de utilizarse antes de 1841, año en el que se derrumbó la torre de la Catedral de Valladolid, próxima a la Universidad, en la cual había un reloj cuyas campanas servían de aviso para la concesión de grados académicos y en diversos actos solemnes universitarios. Para cumplir este servicio, se decidió reparar el antiguo reloj de la Universidad y acondicionar sus campanas en una torre que se edificó en un lugar próximo al Corral de las Doncellas. Desde la cubierta de la capilla se accedía a la caja del reloj y las pesas de éste colgaban por debajo.
A principios de 1857 las autoridades de la Universidad de Valladolid decidieron comprar “un buen reloj”, porque el antiguo ya no funcionaba bien. El torreón en que se había levantado estaba ocupado por el observatorio astronómico, instalado poco antes, por lo que se encargó una nueva torre de reloj al arquitecto Antonio Iturralde. En los inicios de 1858 se decidió emplazar la nueva torre en el centro de lo que era entonces el edificio de la Universidad. El reloj tenía dos esferas, en dos caras de la misma, lo que permitiría ver la hora desde los dos patios de la Universidad.
A lo largo de 1858 se construyó la torre y al inicio de las obras se contrató la compra de un nuevo reloj a Ignacio Neugart, relojero de Valladolid. A juzgar por el tipo de maquinaria, y la marca “Moret” que figura en una de las piezas, Neugart importó el mecanismo de la zona franco-suiza, según el profesor Ramiro Merino de la Fuente, experto en este tipo de maquinaria. El reloj costó 10.500 reales, aparte de las pesas y el martillo fabricados por el taller de construcción de máquinas de la Trinidad San Nicolás de Valladolid, cuyo precio se fijó en 406 reales. El martillo para golpear la campana de horas era de hierro dulce y pesaba 23 kg, y la maquinaria marchaba con tres pesas de 11 kg, 6kg y 4 kg, respectivamente. Además se aprovechó para comprar un reloj de pared para la sala de profesores que costó 170 reales.
En octubre de 1859 se instalaron una serie de piezas complementarias por los talleres de Agapito Zarraoa y Cía., para conectar el movimiento del reloj al de las campanas de horas y cuartos, que se iban a montar en un templete de hierro situado en el remate de la torre, al objeto de hacer más audibles los toques. Esta operación costó 14.000 reales, de los que 10.519 se destinaban al material del templete y los mecanismos anexos y el resto fue para la dirección de esta obra por el arquitecto Antonio Iturralde. El material consistía en los ganchos para el badajo de la campana, cojinetes, el templete de hierro que pesaba 219 kg., aparatos para la colocación de mazos, piezas para los cuadrantes, armaduras de hierro, poleas, tres cadenas para conectar con las campanas, cuerdas, badajos, frenos, contrapesos de plomo para equilibrar las campanas, y otras piezas menudas. De esta forma, el mecanismo del reloj, situado abajo, hacía sonar las campanas de las horas y las dos de los cuartos colocadas en el interior del templete de remate de la torre, a través de un mecanismo de poleas y cadenas. Se encargó a un bedel el mantenimiento del reloj por 25 reales mensuales.
Después del derribo del edificio de la Universidad y de la construcción de uno nuevo, según el proyecto de Teodosio Torres, el reloj con la esfera al exterior, se colocó en el cuerpo alto de la torre cilíndrica que hacía esquina de la calle de la Librería con la Plaza de la Universidad, en cuyo remate iba el templete con la campana de las horas, en dicho lugar estuvo hasta 1970 pero tras fallar, fue desmontado y llevado a un almacén de la UVA. Unas reformas en el edificio histórico donde se hospedaba, le apartaron al cobijo de un tejado, del que sólo salió en 1996 para lucir en el Palacio de Pimentel como reliquia, con motivo del cuarto centenario del nacimiento de la ciudad. Las campanas más pequeñas de los cuartos podrían quizás estar en el palacio de Santa Cruz, una de ellas colocada en la fachada exterior y la otra sirvió de esquilón para el servicio de refectorio. (Por Nicolás García Tapia)
Por fín la reparación
Un profesor de Ingeniería de Sistemas y Automática recuperó el reloj histórico de la Universidad de Valladolid con un «innovador» sistema cuyo objetivo era convertir esta reliquia del siglo XIX en una máquina de absoluta precisión, sincronizada por las señales horarias transmitidas por la red de satélites GPS. Las instalaciones de Cartif en el Parque Tecnológico de Boecillo albergaron durante 2 años los trabajos de reparación del reloj. Tras el análisis preliminar, todo parecía indicar que a la maquinaria le faltaban 2 piezas: un piñón de montado de pesas y una corona dentada de transmisión de movimiento de sombrería, que hubo que reconstruir. Posteriormente, se realizó un proceso de decapado químico para limpiar y tratar las superficies con el fin de protegerlo de la oxidación.
Pues bien, el remozado reloj decimonónico salió el 11 de septiembre de 2011 de las instalaciones de la empresa para recalar en lo que es su emplazamiento definitivo en el claustro del noble edificio del Palacio de Santa Cruz.
-Fuentes consultadas:
castillayleoneconomia.es
nortecastilla.es
*Valladolid, la muy noble villa. ISBN: 84-7009-495-5
El reloj de la Universidad de Valladolid siguió funcionando con ciertas mejoras y, al menos desde 1768, se habían incorporado al mismo una serie de leones articulados de madera que movían sus cabezas, además de varias campanillas y estrellas metálicas, quizás sustituyendo a los carnerillos del siglo XVI.
A parte de las cercanas referencias citadas, el antiguo reloj vallisoletano respondía a un modelo común en el siglo XVI, que destacaba en iglesias y ayuntamientos. Su precisión no era muy alta –el ejemplo más perfecto era el reloj astronómico de Juanelo Turriano, que apreciaba como máximo 5 minutos- pero los toques de las horas y las medias eran suficientes para regular la vida de esa época. Más llamativos eran los autómatas que acompañaban al sonido de las horas en algunos relojes. Pero la mejora de la relojería a partir del siglo XVIII, dejaría atrás los viejos mecanismos, que se fueron sustituyendo por otros más precisos, aunque conservando en algunos casos los autómatas y las campanas. Algo así ocurrió con el reloj de la Universidad de Valladolid.
Según ha publicado María José Redondo, el reloj de la Universidad había dejado de utilizarse antes de 1841, año en el que se derrumbó la torre de la Catedral de Valladolid, próxima a la Universidad, en la cual había un reloj cuyas campanas servían de aviso para la concesión de grados académicos y en diversos actos solemnes universitarios. Para cumplir este servicio, se decidió reparar el antiguo reloj de la Universidad y acondicionar sus campanas en una torre que se edificó en un lugar próximo al Corral de las Doncellas. Desde la cubierta de la capilla se accedía a la caja del reloj y las pesas de éste colgaban por debajo.
A principios de 1857 las autoridades de la Universidad de Valladolid decidieron comprar “un buen reloj”, porque el antiguo ya no funcionaba bien. El torreón en que se había levantado estaba ocupado por el observatorio astronómico, instalado poco antes, por lo que se encargó una nueva torre de reloj al arquitecto Antonio Iturralde. En los inicios de 1858 se decidió emplazar la nueva torre en el centro de lo que era entonces el edificio de la Universidad. El reloj tenía dos esferas, en dos caras de la misma, lo que permitiría ver la hora desde los dos patios de la Universidad.
A lo largo de 1858 se construyó la torre y al inicio de las obras se contrató la compra de un nuevo reloj a Ignacio Neugart, relojero de Valladolid. A juzgar por el tipo de maquinaria, y la marca “Moret” que figura en una de las piezas, Neugart importó el mecanismo de la zona franco-suiza, según el profesor Ramiro Merino de la Fuente, experto en este tipo de maquinaria. El reloj costó 10.500 reales, aparte de las pesas y el martillo fabricados por el taller de construcción de máquinas de la Trinidad San Nicolás de Valladolid, cuyo precio se fijó en 406 reales. El martillo para golpear la campana de horas era de hierro dulce y pesaba 23 kg, y la maquinaria marchaba con tres pesas de 11 kg, 6kg y 4 kg, respectivamente. Además se aprovechó para comprar un reloj de pared para la sala de profesores que costó 170 reales.
En octubre de 1859 se instalaron una serie de piezas complementarias por los talleres de Agapito Zarraoa y Cía., para conectar el movimiento del reloj al de las campanas de horas y cuartos, que se iban a montar en un templete de hierro situado en el remate de la torre, al objeto de hacer más audibles los toques. Esta operación costó 14.000 reales, de los que 10.519 se destinaban al material del templete y los mecanismos anexos y el resto fue para la dirección de esta obra por el arquitecto Antonio Iturralde. El material consistía en los ganchos para el badajo de la campana, cojinetes, el templete de hierro que pesaba 219 kg., aparatos para la colocación de mazos, piezas para los cuadrantes, armaduras de hierro, poleas, tres cadenas para conectar con las campanas, cuerdas, badajos, frenos, contrapesos de plomo para equilibrar las campanas, y otras piezas menudas. De esta forma, el mecanismo del reloj, situado abajo, hacía sonar las campanas de las horas y las dos de los cuartos colocadas en el interior del templete de remate de la torre, a través de un mecanismo de poleas y cadenas. Se encargó a un bedel el mantenimiento del reloj por 25 reales mensuales.
Después del derribo del edificio de la Universidad y de la construcción de uno nuevo, según el proyecto de Teodosio Torres, el reloj con la esfera al exterior, se colocó en el cuerpo alto de la torre cilíndrica que hacía esquina de la calle de la Librería con la Plaza de la Universidad, en cuyo remate iba el templete con la campana de las horas, en dicho lugar estuvo hasta 1970 pero tras fallar, fue desmontado y llevado a un almacén de la UVA. Unas reformas en el edificio histórico donde se hospedaba, le apartaron al cobijo de un tejado, del que sólo salió en 1996 para lucir en el Palacio de Pimentel como reliquia, con motivo del cuarto centenario del nacimiento de la ciudad. Las campanas más pequeñas de los cuartos podrían quizás estar en el palacio de Santa Cruz, una de ellas colocada en la fachada exterior y la otra sirvió de esquilón para el servicio de refectorio. (Por Nicolás García Tapia)
Por fín la reparación
Un profesor de Ingeniería de Sistemas y Automática recuperó el reloj histórico de la Universidad de Valladolid con un «innovador» sistema cuyo objetivo era convertir esta reliquia del siglo XIX en una máquina de absoluta precisión, sincronizada por las señales horarias transmitidas por la red de satélites GPS. Las instalaciones de Cartif en el Parque Tecnológico de Boecillo albergaron durante 2 años los trabajos de reparación del reloj. Tras el análisis preliminar, todo parecía indicar que a la maquinaria le faltaban 2 piezas: un piñón de montado de pesas y una corona dentada de transmisión de movimiento de sombrería, que hubo que reconstruir. Posteriormente, se realizó un proceso de decapado químico para limpiar y tratar las superficies con el fin de protegerlo de la oxidación.
Pues bien, el remozado reloj decimonónico salió el 11 de septiembre de 2011 de las instalaciones de la empresa para recalar en lo que es su emplazamiento definitivo en el claustro del noble edificio del Palacio de Santa Cruz.
El reloj en su actual y definitiva ubicación en el Palacio de Santa Cruz |
-Fuentes consultadas:
castillayleoneconomia.es
nortecastilla.es
*Valladolid, la muy noble villa. ISBN: 84-7009-495-5
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