Por Joaquín Martín de Uña.
La Plaza del Ochavo es una de las plazas de la ciudad que mejor se adaptan su nombre y configuración y en la que se reúne una parte importante de la historia vallisoletana, concentrada en su pequeño recinto.
Lo primero que llama la atención del paseante es la peculiar forma de la plaza, (un polígono de ocho lados), que la identifica con la moneda de igual nombre y que fue la primera de esta forma existente en nuestra ciudad, pues la primera plaza de toros y el presidio construido al comienzo del Paseo de Zorrilla (después transformado en Academia de Caballería y asolado por un incendio en 1915), tienen o han tenido esa forma.
Si desde fuera de los soportales de especería el paseante levanta su mirada, podrá ver una argolla pendiente de una cadena que tradicionalmente se cree fue el lugar donde fue expuesta la cabeza cortada de Don Álvaro de Luna, a quien la tradición supone ejecutado en la plaza que nos ocupa. Nada más lejos de la realidad. (Leer La ejecución de Don Álvaro de Luna).
La peculiar forma de la plaza quizá se debiera tanto a la necesidad de articular la posibilidad de acceder a la Plaza Mayor desde las calles que confluyen en ella o acceder desde la Plaza Mayor a la Iglesia de la Penitencial de la Santísima Vera Cruz, situada al fondo de la calle de Platerías, dad las excelentes relaciones que existieron entre la cofradía y el Ayuntamiento de la ciudad (especialmente durante el siglo XVII), que entre otros momentos, se manifiesta anualmente en la fiesta de la Santa Cruz (el 3 de mayo de cada año) que contaba con la presencia del Regimiento de la ciudad en la procesión organizada por la cofradía, (como reproduce un cuadro del siglo XVII que recoge la procesión de la Cruz, y en cuyo primer plano, a la derecha, se observa un coche de caballos en el que se encuentra una mujer, quizá la esposa del Regidor al que no podía acompañar en la procesión por estar prohibido a las mujeres).
Junto a su destino de servir de protección a los vendedores situados en ella, la Plaza del Ochavo, debido a su estratégica situación en los itinerarios seguidos por las procesiones (en las que no solía faltar la penitencial de la calle de Platerías), para las cuales el paso por Plaza Mayor solía ser obligado, hicieron de la Plaza del Ochavo uno de los lugares en que organismos y cofradías honraban las imágenes en procesiones y rogativas, con la colocación de altares adornados con tapices, imágenes, espejos y cuantos objetos se consideraban adecuados para honrar el ofrecimiento (abanicos, floreros, plumas exóticas, relicarios, etc.).
Esta costumbre, muy extendida en nuestra ciudad durante el siglo XVII y comienzos del XVIII, alcanzaba su punto más alto en la celebración anual de la Procesión del Corpus Christi, una de las ocasiones en que se colgaba de las cuatro argollas existentes en las esquinas de la calle Platerías, el toldo que protegía de los rigores del sol de verano, época en que solía celebrarse dicha procesión.
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Lo primero que llama la atención del paseante es la peculiar forma de la plaza, (un polígono de ocho lados), que la identifica con la moneda de igual nombre y que fue la primera de esta forma existente en nuestra ciudad, pues la primera plaza de toros y el presidio construido al comienzo del Paseo de Zorrilla (después transformado en Academia de Caballería y asolado por un incendio en 1915), tienen o han tenido esa forma.
Si desde fuera de los soportales de especería el paseante levanta su mirada, podrá ver una argolla pendiente de una cadena que tradicionalmente se cree fue el lugar donde fue expuesta la cabeza cortada de Don Álvaro de Luna, a quien la tradición supone ejecutado en la plaza que nos ocupa. Nada más lejos de la realidad. (Leer La ejecución de Don Álvaro de Luna).
La peculiar forma de la plaza quizá se debiera tanto a la necesidad de articular la posibilidad de acceder a la Plaza Mayor desde las calles que confluyen en ella o acceder desde la Plaza Mayor a la Iglesia de la Penitencial de la Santísima Vera Cruz, situada al fondo de la calle de Platerías, dad las excelentes relaciones que existieron entre la cofradía y el Ayuntamiento de la ciudad (especialmente durante el siglo XVII), que entre otros momentos, se manifiesta anualmente en la fiesta de la Santa Cruz (el 3 de mayo de cada año) que contaba con la presencia del Regimiento de la ciudad en la procesión organizada por la cofradía, (como reproduce un cuadro del siglo XVII que recoge la procesión de la Cruz, y en cuyo primer plano, a la derecha, se observa un coche de caballos en el que se encuentra una mujer, quizá la esposa del Regidor al que no podía acompañar en la procesión por estar prohibido a las mujeres).
Junto a su destino de servir de protección a los vendedores situados en ella, la Plaza del Ochavo, debido a su estratégica situación en los itinerarios seguidos por las procesiones (en las que no solía faltar la penitencial de la calle de Platerías), para las cuales el paso por Plaza Mayor solía ser obligado, hicieron de la Plaza del Ochavo uno de los lugares en que organismos y cofradías honraban las imágenes en procesiones y rogativas, con la colocación de altares adornados con tapices, imágenes, espejos y cuantos objetos se consideraban adecuados para honrar el ofrecimiento (abanicos, floreros, plumas exóticas, relicarios, etc.).
Esta costumbre, muy extendida en nuestra ciudad durante el siglo XVII y comienzos del XVIII, alcanzaba su punto más alto en la celebración anual de la Procesión del Corpus Christi, una de las ocasiones en que se colgaba de las cuatro argollas existentes en las esquinas de la calle Platerías, el toldo que protegía de los rigores del sol de verano, época en que solía celebrarse dicha procesión.
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-Fuente: Paseos por la ciudad (Joaquín Martín de Uña). ISBN: 84-932336-1-7
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