Todo el que haya paseado por la avenida de Santa Teresa se habrá interesado por un letrero de piedra embutido en una pared del convento de Santa Teresa, que dice: Aquí llegó Pisuerga en 4 de Febrero de 1636. Alabado sea el Santísimo Sacramento. Es la marca de uno de los Guinnes de nuestra ciudad.
El lunes cuatro de Febrero de 1636, entre las nueve y las diez de la mañana, comenzó a oirse un gran alboroto en la ciudad. Unos venían corriendo y gritando que el Pisuerga estaba creciendo con una rapidez desconocida, para encontrarse con otros que también corrían y llegaban de dirección opuesta voceando que llegaba un andalubio -voz de Tierra de Campos- por la Esguevas.
Fueron muchos los que hicieron lo propio y salieron a la carretera, abandonando casas y haciendas, para buscar refugio en los lugares más altos de la ciudad, como era la puerta de la Catedral. Otros, en cambio, se resistieron a dejar sus posesiones sin dueño, pensando que la cosa no iba a ser para tanto. El Ayuntamiento, por si acaso, lanzó a sus pregoneros por las calles, a ordenar el desalojo de todas las casas situadas en el trayecto de las Esguevas.
Valladolid estaba hecha fundamentalmente de barro, de adobe, y las casas comenzaron a resentirse, los que se quedaron dentro clamaban a Dios que las gentes les socorriesen. El rescate se hizo como se pudo y según la altura de las aguas, con caballos, con barcas, o a cuestas de los más jóvenes y atrevidos.
El día cinco comenzaron a bajar las aguas. Las calles estaban llenas de bascosidades y barro. Doscientas casas -según la información- se derrumbaron, matando por aplastamiento a ciento cincuenta vecinos que no habían querido separarse de sus muebles.
¿Se creían que con el incendio de 1561 se habían terminado las desgracias? Pues no, otra vez a reconstruir la ciudad.
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Soy una apasionada de Valladolid, de hecho me dedico a enseñarla a los turistas que llegan a conocerla y me encanta ver gente entusiasta de la historia de nuestra rica Valladolid.