Esta ruta adentra al visitante en el Valladolid histórico combinando lo mejor del patrimonio cultural de la ciudad con el enoturístico y gastronómico, herencia del pasado y de vigente actualidad.
Puede iniciarse el recorrido donde estuvo la antigua Puerta del Carmen, a través de la que entraba el vino de las tierras de Olmedo a Valladolid. Hoy este espacio se identifica con la Puerta Meridional del Campo Grande en un lateral del Centro de Recursos Turísticos de la ciudad. En esta zona y su entorno, podremos encontrar muchos bares y cafeterías, de las más modernas a las más tradicionales, donde reponer fuerzas con un buen desayuno o merienda.
Por la vecina calle de Miguel Íscar llegamos a la Plaza de España, embellecida por dos singulares fuentes. Todas las mañanas bajo su gran marquesina se instala un tradicional mercado en el que poder comprar todo tipo de frutas, verduras, hortalizas y flores. El olfato y la retina quedarán impresionados ante la gran variedad de colores y aromas. Muy cerca de aquí, en la calle Panaderos, puede visitarse uno de los mercados decimonónicos de la ciudad, el Mercado del Campillo, construido en 1880 por orden del alcalde Miguel Íscar.
Continuando por la calle Teresa Gil, en su intersección con la calle Regalado, se localizaba el Corral de Boteros, denominado así cuando aún la calle tenía salida, en el que se situaban los talleres y tiendas donde se fabricaban odres, pellejos y botas de vino de diferentes pieles.
Este camino nos lleva directamente hasta otra de las zonas más representativas de la ciudad, ya en aquella época, la Catedral y la Plaza de la Universidad, zona estudiantil por excelencia, donde en la actualidad se concentra un gran número de tabernas, bares y restaurantes donde encontrar todo tipo de pinchos y vinos. Especial importancia en esta zona adquiere la calle Paraíso y sus alrededores.
Siguiendo la ruta, iremos por la calle Angustias hasta la Plaza de San Pablo y de ahí a la Plaza de Santa Brígida, centro neurálgico de la ciudad en la época de Felipe II. Si avanzamos por la calle San Ignacio llegamos por fin al Monasterio de San Benito el Real cuya iglesia se considera uno de los templos más significativos de la ciudad de la que llama la atención su torre-pórtico proyectada por Gil de Hontañón en 1569.
En 1582 Juan de Ribero Rada había aportado las “trazas universales” para reconstruir toda la casa. El patio conocido como la hospedería alberga diferentes oficinas municipales, si bien, en otro tiempo, allí se encontraron los servicios públicos del monasterio. Éstos eran: la botica, el archivo y el banco más seguros de la ciudad junto con la bodega más importante, puesto que los benedictinos eran propietarios de grandes extensiones de viñedos. Además de monasterios como éste, también el de San Pablo o el Colegio de Santa Cruz, tenían sus propias bodegas y el privilegio de no pagar aranceles por introducir vino en la ciudad, algo obligatorio para el resto de los ciudadanos. Al lado de San Benito, se encuentra la Plaza del Val. En esta plaza se ubica otro de los principales e históricos mercados de la ciudad: el Mercado del Val, lugar donde se pueden adquirir todo tipo de productos frescos.
Desde antiguo esta zona estuvo repleta de mesones y figones que se extendían también hasta las plazas de San Miguel y de San Pablo para así dar alimento y cobijo a los muchos visitantes y mercaderes que trabajaban allí. Dicha tradición se mantiene y hoy en el entorno de este mercado, con estructura de hierro del siglo XIX, se pueden degustar algunos de los mejores vinos y viandas de Valladolid.
A partir de aquí la ruta nos conduce hasta la Plaza Mayor de la ciudad, que en origen fue Plaza de Mercado, una de cuyas aceras era conocida como Acera de la Odrería, donde lógicamente uno de los protagonistas era sin duda el vino. En los alrededores de esta plaza, se ubica la popularmente denominada “zona de vinos” por la cantidad de bares y restaurantes que en ella abren sus puertas. Posee, cada uno de ellos una especialidad gastronómica que muestra al cliente en forma de pincho o tapa. Aquí pueden degustarse alguno de los que se han alzado con el Pincho de Oro en el Concurso Provincial de Pinchos que se celebra cada año en el mes de junio. En todos estos establecimientos podremos disfrutar del maridaje del cualquier variedad de las cinco denominaciones de origen de los vinos de Valladolid con los pinchos y tapas que elaboran los diferentes profesionales del sector de la restauración.
La ruta puede finalizarse en el entorno de la calle Correos y de la calle Campanas. Tradicionalmente, estas calles estaban copadas por numerosos figones y tabernas, de los cuales alguno ya fue destacado por viajeros del siglo XIX, como “El Caballo de Troya”, establecido sobre una casa del siglo XVI. En cualquiera de los muchos bares y restaurantes de la zona puede degustarse el mejor vino junto con lo más variado de la gastronomía, los pinchos y las tapas, especialidad culinaria que ha convertido a la ciudad en un referente nacional. Se puede disfrutar de un perfecto maridaje entre cualquiera de los pinchos y los vinos de las denominaciones de Origen: Ribera de Duero, Rueda, Cigales, Toro y Tierras de León.
Esta experiencia del gusto la podremos ampliar a diferentes espacios de la ciudad que han quedado fuera de la ruta, pero presentan interesantes atractivos culinarios. Igualmente la oferta enogastronómica se amplía aún más si cabe, si nuestra visita a la ciudad coincide con el mes de septiembre con la Feria de Día o en noviembre con el Concurso Nacional de Pinchos y Tapas “Ciudad de Valladolid”. Resulta obligada referencia la sala de catas del Museo de la Ciencia, donde podremos emular a la nariz y a los paladares más selectos.
-http://www.vallatapas.es/
Puede iniciarse el recorrido donde estuvo la antigua Puerta del Carmen, a través de la que entraba el vino de las tierras de Olmedo a Valladolid. Hoy este espacio se identifica con la Puerta Meridional del Campo Grande en un lateral del Centro de Recursos Turísticos de la ciudad. En esta zona y su entorno, podremos encontrar muchos bares y cafeterías, de las más modernas a las más tradicionales, donde reponer fuerzas con un buen desayuno o merienda.
Por la vecina calle de Miguel Íscar llegamos a la Plaza de España, embellecida por dos singulares fuentes. Todas las mañanas bajo su gran marquesina se instala un tradicional mercado en el que poder comprar todo tipo de frutas, verduras, hortalizas y flores. El olfato y la retina quedarán impresionados ante la gran variedad de colores y aromas. Muy cerca de aquí, en la calle Panaderos, puede visitarse uno de los mercados decimonónicos de la ciudad, el Mercado del Campillo, construido en 1880 por orden del alcalde Miguel Íscar.
Continuando por la calle Teresa Gil, en su intersección con la calle Regalado, se localizaba el Corral de Boteros, denominado así cuando aún la calle tenía salida, en el que se situaban los talleres y tiendas donde se fabricaban odres, pellejos y botas de vino de diferentes pieles.
Este camino nos lleva directamente hasta otra de las zonas más representativas de la ciudad, ya en aquella época, la Catedral y la Plaza de la Universidad, zona estudiantil por excelencia, donde en la actualidad se concentra un gran número de tabernas, bares y restaurantes donde encontrar todo tipo de pinchos y vinos. Especial importancia en esta zona adquiere la calle Paraíso y sus alrededores.
Siguiendo la ruta, iremos por la calle Angustias hasta la Plaza de San Pablo y de ahí a la Plaza de Santa Brígida, centro neurálgico de la ciudad en la época de Felipe II. Si avanzamos por la calle San Ignacio llegamos por fin al Monasterio de San Benito el Real cuya iglesia se considera uno de los templos más significativos de la ciudad de la que llama la atención su torre-pórtico proyectada por Gil de Hontañón en 1569.
En 1582 Juan de Ribero Rada había aportado las “trazas universales” para reconstruir toda la casa. El patio conocido como la hospedería alberga diferentes oficinas municipales, si bien, en otro tiempo, allí se encontraron los servicios públicos del monasterio. Éstos eran: la botica, el archivo y el banco más seguros de la ciudad junto con la bodega más importante, puesto que los benedictinos eran propietarios de grandes extensiones de viñedos. Además de monasterios como éste, también el de San Pablo o el Colegio de Santa Cruz, tenían sus propias bodegas y el privilegio de no pagar aranceles por introducir vino en la ciudad, algo obligatorio para el resto de los ciudadanos. Al lado de San Benito, se encuentra la Plaza del Val. En esta plaza se ubica otro de los principales e históricos mercados de la ciudad: el Mercado del Val, lugar donde se pueden adquirir todo tipo de productos frescos.
Desde antiguo esta zona estuvo repleta de mesones y figones que se extendían también hasta las plazas de San Miguel y de San Pablo para así dar alimento y cobijo a los muchos visitantes y mercaderes que trabajaban allí. Dicha tradición se mantiene y hoy en el entorno de este mercado, con estructura de hierro del siglo XIX, se pueden degustar algunos de los mejores vinos y viandas de Valladolid.
A partir de aquí la ruta nos conduce hasta la Plaza Mayor de la ciudad, que en origen fue Plaza de Mercado, una de cuyas aceras era conocida como Acera de la Odrería, donde lógicamente uno de los protagonistas era sin duda el vino. En los alrededores de esta plaza, se ubica la popularmente denominada “zona de vinos” por la cantidad de bares y restaurantes que en ella abren sus puertas. Posee, cada uno de ellos una especialidad gastronómica que muestra al cliente en forma de pincho o tapa. Aquí pueden degustarse alguno de los que se han alzado con el Pincho de Oro en el Concurso Provincial de Pinchos que se celebra cada año en el mes de junio. En todos estos establecimientos podremos disfrutar del maridaje del cualquier variedad de las cinco denominaciones de origen de los vinos de Valladolid con los pinchos y tapas que elaboran los diferentes profesionales del sector de la restauración.
La ruta puede finalizarse en el entorno de la calle Correos y de la calle Campanas. Tradicionalmente, estas calles estaban copadas por numerosos figones y tabernas, de los cuales alguno ya fue destacado por viajeros del siglo XIX, como “El Caballo de Troya”, establecido sobre una casa del siglo XVI. En cualquiera de los muchos bares y restaurantes de la zona puede degustarse el mejor vino junto con lo más variado de la gastronomía, los pinchos y las tapas, especialidad culinaria que ha convertido a la ciudad en un referente nacional. Se puede disfrutar de un perfecto maridaje entre cualquiera de los pinchos y los vinos de las denominaciones de Origen: Ribera de Duero, Rueda, Cigales, Toro y Tierras de León.
Esta experiencia del gusto la podremos ampliar a diferentes espacios de la ciudad que han quedado fuera de la ruta, pero presentan interesantes atractivos culinarios. Igualmente la oferta enogastronómica se amplía aún más si cabe, si nuestra visita a la ciudad coincide con el mes de septiembre con la Feria de Día o en noviembre con el Concurso Nacional de Pinchos y Tapas “Ciudad de Valladolid”. Resulta obligada referencia la sala de catas del Museo de la Ciencia, donde podremos emular a la nariz y a los paladares más selectos.
-http://www.vallatapas.es/
-Fuente: Sociedad Mixta para la Promoción del Turismo de Valladolid S.L
Comentarios
Quedas votado por mi parte en categoría de VIAJES.
Un abrazo fuerte,
Manu UC.